lunes, 22 de junio de 2009

¿Qué pasa y qué podría estar pasando en Irán?


Una nueva revolución –parecen haberse puesto de moda- colorida asola ahora Irán y todos los medios se hacen especial relevancia de ello –quizás, sobredimensionándolo-. Lo importante, es que son esos medios de comunicación occidentales los que prácticamente han obviado la presunción de inocencia y se han puesto claramente del bando de Musavi, el líder reformista, frente a Ahmadineyad, pese a que a penas hay indicios para ello.

Una vez más, la maquinaria revolucionaria de sillón –consistente en que numerosos ciberactivistas de países occidentales apoyan desde sus casas, sin movilizaciones físicas, las consignas pro-Musavi- se ha puesto en marcha. Pero lo importante es ver que puede haber detrás de todo ello. En primer lugar, cabe destacar que se trata de una revolución promovida por la clase media-alta iraní, que reclama liberalización del comercio y mayor posibilidad de acumular recursos, frente a las clases populares, que apoyan en masa a Ahmadineyad, pidiendo pan para llevarse a la boca. Ahora bien, ni uno ni el otro son excesivamente partidarios de la libertad, si bien es cierto, puesto que no se salen de la teocracia semi-represora de los religiosos del régimen iraní.

Pero es en eso último donde radica el problema. Recientemente, observamos en la prensa comercial del mundo occidental una tendencia peligrosa y cada vez más extendida a obviar el modo de funcionar de otras culturas y, por lo tanto, su modo de funcionamiento diferente, llegando a promover proclamas de ingerencia en dichos territorios. NO es extraño oír de la boca de cierta tertuliana –socialista, además-, que “hay que llevar a cabo una occidentalización de Irán”. Y ahí es donde radica el problema de la prensa de los países teóricamente libres. En medio de la globalización convocan a la “homogeneización totalitaria”, que diría Marcuse, fijando como ideal el del propio país, y olvidando que el resto de países tienen sus propios procesos, sus propias culturas, independientes. Bajo el lema de la “normalidad” se esconden intereses crear un territorio mundial que abogue por la uniformización de pensamiento y ahogue la diversidad, paradigma de la riqueza intelectual.

Pero volviendo al hilo central, que es la mini-revolución iraní, cabe destacar que EEUU lleva 30 años intentando derribar al gobierno de dicho país. De sobra es conocida las “ganas de guerra” que la superpotenia mundial le tiene a Irán, por su retórica anti-imperialista (encabezada sobre todo por Ahmadineyad), sus juegos nucleares o la posesión del petróleo. En 1980, la administración estadounidense empujó a Sadam Hussein a atacar al país, desatando una terrible guerra. Más tarde, viró de estrategia y se propuso su derrocamiento para colgarse la medalla de derrumbar dictadores. Por otro lado, se tiene constancia de los programas norteamericanos para “promover la democracia” en Irán. En 2006, por ejemplo, asignó más de $66 millones de dólares a este fin, incluyendo a medios de comunicación, visitas e intercambios… Para 2008, el entonces Presidente Bush pidió unos 100 millones de dólares para el programa Intervenciones de este tipo contribuyeron de forma importante a las “revoluciones de colores”, en Ucrania y Georgia, así como la llamada revolución de los cedros en el Líbano.

Eso explica como, mientras el asesinato en masa de indígenas en Perú a penas ha encontrado cabida en la prensa española, por ejemplo, a dicha revolución se le da una sobredimensión que excede la veracidad electoral en el país. Y es que, aunque pueda parecer conspiranoico, existe una red internacional de espías, encabezada por la CIA, alrededor de cuyas decisiones tienen cabida muchas de las guerras que nos asolan, muchas veces patrocinadas por los propios medios de comunicación que, con su agenda setting, priman los acontecimientos por los que recibirán pagos más o menos sustanciosos por parte de las administraciones políticas.

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