miércoles, 28 de enero de 2009

El emperador del mundo


Tras la salida del gobierno de W, Barak Obama ya es presidente de la Casa Blanca. Será difícil su mandato, afrontado en mitad de una crisis mundial, financiera y económica, sin precedentes hasta la fecha. Es quizás por eso que, de las entrañas de la población mundial, un fulgor de esperanza amanece para creer en su nuevo Mesías. Y es que, en la nueva religión de la era globalizada, Obama es ese Dios supremo que encarna las máximas virtudes de los hombres y de las mujeres –esas a las que la mayoría nunca alcanzaremos-. Se trata, por tanto, de un ser omnipresente y omniabarcante, con poderes divinos y milagros escondidos tras los puños.

Ante la desesperación global de un mundo cada vez más individualizado e individualizador, donde el dinero ha alcanzado tal punto de dependencia humana que, todo gira a su alrededor, todas las esperanzas de cambio se depositan sobre la figura del máximo mandatario estadounidense. A él se le pide que pare el calentamiento global, que detenga la crisis económica, que ayude al desarrollo de los países pobres, que propague la democracia alrededor del mundo, que mantenga a raya a Rusia, que reduzca las tasas de pobreza mundiales, que ponga freno a la CIA y a sus prácticas ilegales contra los terroristas islámicos, que otorgue la máxima seguridad al mundo y a los EE. UU, restableciendo su dignidad, y que ponga fin a las guerras abiertas por todo el mundo. En conclusión, este señor no puede dormir por las noches. La carga le pesa, y ya sería de aplaudir que cumpliese tres o cuatro de las anteriores propuestas.

En este imperativo ideológico, poder no es querer, y, si bien será imposible que Obama cumpla con la mitad de las esperanzas antes citadas, no estriba ahí el problema. La cuestión es la hipocresía de una población que se ha acostumbrado a delegar y, ya puestos, delega todas sus proyecciones solidarias internacionales en la figura de un solo hombre. La dependencia política que hemos alcanzado es espectacular, y necesitamos a un mandatario fuerte para sentirnos algo, nos han impuesto la autoridad suprema desde siglos y ahora la necesitamos como la noche al día para sobrevivir. Somos abejas, únicamente producimos y callamos, bajo el mandato absoluto de la abeja reina.

Obama es el nuevo césar del Imperio, y su celebración de inauguración del mandato –que ha costado 180 millones de dólares- ha sido el rito de máxima audiencia en todo el mundo. El emperador Obama gobierna al mundo globalizado, convertido en un único país pragmático, de pensamiento unicista, que necesita su figura estelar para desarrollarse. No será difícil su mandato, por otro lado, teniendo en cuenta los logros de su predecesor. Un dios que salió caducado, defectuoso, y que ya ha sido declarado el peor presidente de la historia.

El problema, repito, estriba en querer que Obama represente a toda la humanidad, cuando sólo ha sido elegido por los y las estadounidenses, para su representación, y, como tal, velará por el buen funcionamiento de su país, Estados Unidos. Es un error centrar las esperanzas del resto del mundo en su persona, porque con ello no hacemos más que revocar al imperialismo norteamericano, ése en el que no es su presidente el que gobierna, sino las empresas y la CIA. Por el momento, el emperador ya se ha posicionado favorablemente a Israel, justificando los ataques contra los terroristas de Hamás (éstos han matado 14 israelíes, los últimos a más de mil palestinos) y perseverando su continuidad en Afganistán. Juzguen ustedes mismos.
Si la democracia es el menos malo de los modelos probados hasta la fecha, el mandato de Obama seguramente sea el menos malo. Pero de ahí a pontificar que los problemas del mundo se solucionarán va un trecho. El imperialismo continuará, como continuó con Kennedy o con Clinton, y la sanidad seguirá siendo restrictiva porque las empresas así lo piden. A pesar de todo, la campaña demócrata ha conseguido su objetivo: ilusionar globalmente y convertir a su candidato en líder mundial, revocando de esta suerte la hegemonía estadounidense a la que tanto nos han acostumbrado. Causa de ello es un egocentrismo vanidoso de consecuencias devastadoras en lo que llevamos de historia. Con lo único que me conformaría es con que no hubiera nuevas guerras.

jueves, 15 de enero de 2009

Donde comienza y termina la civilización


Desde que, en 1947, y con el drama del holocausto judío bien reciente, se determinara la creación de un Estado Israelí en medio de lo que siempre se había conocido como Palestina, el drama no ha hecho más que crecer en dicha zona del Oriente Medio. Cuna de la civilización, por un lado, y campo de destrucción diaria por el otro. Un punto concreto del mapa donde las dos caras inseparables del ser humano se juntan en una misma dualidad insoportable. Civilización y barbarie. Dominación doctrinaria, nacionalismo y uniformismo cultural.

El estado de Israel no sólo se creo sin el consentimiento palestino, sino que, desde entonces, los israelíes no han hecho más que multiplicar sus asentamientos –incluso más allá de la frontera de Gaza, que marca la separación entre ambos territorios-, causando en muchos casos continuas vejaciones a los palestinos, expoliando tierras y obligando a los campesinos a abandonar sus cultivos. Es, por tanto, la pescadilla que se muerde la cola. Las víctimas de la diplomacia internacional convertidas en verdugos sanguinarios, sin piedad alguna. Y aquellos sobre los que se tiene el mayor miedo en este mundo globalizado, los musulmanes, arrinconados y continuamente a la defensiva, excepto en minorías terroristas, las únicas que oponen cierta resistencia a la injusticia israelí. Y es que los israelitas se han convertido, precisamente, en aquello a lo que más odian. Fascistas diletantes que luchan por imponer su propia cultura más allá de los límites establecidos.

Y lo peor es que gozan de total impunidad internacional. Tan sólo los países próximos, aquellos para los que nadie cuenta, han intentado poner fin a la barbarie y a la matanza, mediante la vía del diálogo. Mientras tanto, la ONU es una vez desoída porque el jefe de todo esto, Estados Unidos, sólo hace que lanzar largas acerca del conflictos y se opone a una posición clara. Incluso Obama –qué decepción para los social-demócratas de medio mundo- ha justificado con medias palabras los ataques de Israel.

Y es que si analizamos las causas del nuevo conflicto, sólo observaremos motivos que inculpen al estado presidido por Olmert. En primer lugar, se encuentra dicho estado transitorio en Estados Unidos. Aprovechando el clima de inestabilidad propiciado por un gobierno en funciones y una administración que ya ha tirado la toalla en cuestión de materia exterior, Israel no ha dudado en aprovechar el momento. En segundo lugar, y quizás como cuestión más importantes, se encuentra la proximidad de las elecciones en territorio israelí, que se celebrarán el próximo 10 de febrero. Según las últimas encuestas, los tres partidos mayoritarios –todos ellos de carácter expansionista- obtendrían unos resultados muy igualados. Y nadie duda de los réditos electorales que obtendría el presente gobierno de conseguir “buenos resultados” en el conflicto.

De momento, más de mil palestinos han muerto, frente a los trece israelíes fallecidos. Una cifra irrisoria vista en comparativa, que no hace más que añadir una gota más frente a la postura de Israel, que justifica los bombardeos por los cohetes lanzados por Hamás. Dichos bombardeos no son selectivos, sino que utilizan bombas de rácimos, las cuales no tienen objetivos concretos, sino que se esparcen por todo el territorio palestino causando cientos de muertes de civiles. Por otra parte, y ante la vergüenza que debe suponer al pueblo español, muchas de estas bombas y armas usadas por Israel, han sido vendidas por nuestras empresas.

Palestina ha sido un pueblo víctima del imperialismo mundial y de la burocracia que creyó oportuno compensar de alguna manera a todos los judíos. Su solución no fue otra que crear un Estado de la nada, basado en odios, rencores y nacionalismo agresivo. Las consecuencias durante estos sesenta años han sido desastrosas. La postura expansionista de Israel no mejora las cosas, sino que, por el contrario, las complica todavía más. Y es que mientras miles de personas en todo el mundo demandan el alto el fuego en todo el mundo, lo cierto es que los asentamientos israelíes en Cisjordania –territorio palestino- no dejan de aumentar.

jueves, 8 de enero de 2009

El doble rasero de la impunidad internacional


Cuando los líderes internacionales y responsables de la ONU proclamaron el fin de la esclavitud, cuando por fin aceptaron reconocer la independencia de los países pertenecientes al llamado Tercer Mundo, no pudieron evitar sonrojarse. Y es que han pasado décadas desde esas primeras proclamas y no es necesario mucho esfuerzo para constatar el grado de sometimiento en el que los países ricos mantienen a estas regiones.

Con la llegada de la globalización económica se antojaba el final de las marcas como tales, de la publicidad agresiva y sin barreras, cuyo auge había tenido lugar en los años cincuenta. Este nuevo período suponía que, si una empresa quería seguir aumentando sus beneficios, no tenía otra opción que competir con el resto de marcas en un entorno global. Y ciertamente, esta opción muy pocas empresas se lo pueden permitir. De esta forma, solamente las más grandes (Nike, Coca-cola, Mattel, etc.) dieron el salto hacia el mercado transnacional. El método para aumentar sus beneficios resultaba claro: construir sus multinacionales en las regiones más empobrecidas del planeta para poder pagar a sus trabajadores los sueldos más bajos posibles.

Con el amparo de la legislación internacional y de los Estados de los que estas empresas provienen, niños de diez años, mujeres embarazadas e incluso ancianos conviven en las fábricas de Taiwan, Bangladesh, Kenia o Indonesia por menos de un euro al día. Explotación, colonialismo, trabajo esclavo. Hay muchas formas de denominarlo, pero la cuestión es que estas atrocidades se siguen cometiendo en pleno siglo XXI. Comprar unas zapatillas en Nike fabricadas en Indonesia implica el conocimiento de que han sido hechas por un hombre o una mujer en una situación de esclavitud.

Y así es como las grandes empresas globalizadas continúan haciéndose ricas en tiempos difíciles. Los niños más pobres de la tierra trabajan duras jornadas laborales para construir aquellos juguetes que serán disfrutados por los de las clases medias y altas, recibidos como regalo a precios miserables, en comparación con aquello que sus fabricantes han realizado.

El doble rasero de estas actividades es quizás la excusa perfecta que ayuda a seres sin escrúpulos a justificar sus actividades despreciables. Todavía son muchos economistas los que siguen insistiendo en que las empresas extranjeras traen beneficios a los países pobres. Si ciertamente los traen, ¿dónde están los beneficios? Quizás no se den cuenta de que los bajos impuestos y los míseros salarios para nada ayudan. Tampoco ayuda el hecho de que sea la CIA y algunos políticos los que mantengan determinados regímenes en los países pobres que acaparen todas las ayudas e impidan que los recursos lleguen a todos. Sucede en el Congo, donde las influencias norteamericanas han generado innumerables conflictos que impiden la estabilidad.

Por otro lado, y hablando de dobles raseros, está también el que le introducen a la globalización. ¿Cómo vamos a oponernos? Oponerse a la globalización es como oponerse a la libre circulación de personas por todo el mundo. Falso. A lo que nos oponemos los que formamos parte del mal llamado movimiento antiglobalizacíon es a la conversión de los individuos en mercancía a nivel global, a la impunidad de las empresas que establecen una dictadura del mercado de efectos esclavizadotes, al ansía sin límites de aquellos que ven a la apertura de fronteras y al libre comercio como un retorno a las políticas colonizadoras y de dominación.