miércoles, 28 de mayo de 2008

Generación X

Cuando nuestros abuelos nacían, se les conocía todavía por “los de la generación tal”, una costumbre que se ha ido perdiendo a medida que los años han ido transcurriendo. Atrás quedaron generaciones tan populares como la del 29, la de la guerra civil o “la del biberón”. Cuando el siglo XXI llamó a la puerta, los nuevos años se convirtieron en ceros a la izquierda y eliminaron el concepto como tal. Las quintas de hoy en día son las de la nueva sociedad de la información, Internet, la globalización y el consumismo agresivo. Hijos de la publicidad, de las marcas que optan por instalar sus empresas allá donde la mano de obra le resulte más barata, se consumen en el devenir del día a día obsesionados por sus peinados, sus ropas y, en general, por el qué dirán. Las niñas y los niños de hoy en día, a muy corta edad, inesperadamente comienzan a comportarse como si de pronto hubieran alcanzado la edad de sus madres y padres, obviando ese largo y feliz camino que ejerce como intermediario necesario en ese puente misterioso y efímero que es la vida. Las niñas adquieren matices que antes sólo se hubieran atribuido a los niños y viceversa. Pero eso no conduce a la igualdad de sexos, ni mucho menos. El sexismo predominante en la televisión y la publicidad de hoy en día (en pleno 2008) es escandaloso, y entre ellos sigue predominante eso de “la supremacía del macho español”. Esclavos de la moda, víctimas del glamour que la Unión Europea les concede por el mero hecho de haber nacido en un territorio “desarrollado”. Inconscientes de lo que se cierne a su alrededor, del hambre y la pobreza que azotan cada rincón del mundo. Son meros engranajes más aspirados por el devastador ciclo capitalista que explota hasta el más mínimo milímetro de su ser sin que a penas se den cuenta. Insolidarios por naturaleza y encauzados en el amor maternal sin condiciones, se encaminan hacia una vida laboral precaria, pese a que han sido educados para todo lo contrario. No tienen conciencia de lo que es el gasto, y vivirán siempre por encima de sus posibilidades, sin negarse ningún caprichoso y alegando aquello de la “vivienda para todos”, endeudándose inconscientemente a través de los préstamos rápidos. Víctimas de un sistema educativo incompetente y de una sociedad injusta que los ha maltratado y etiquetado bajo un mero código de barras. Víctimas, al fin y al cabo, de haber nacido en una generación -la suya- sin ningún tipo de denominación de origen.

martes, 20 de mayo de 2008

Un centenar de personas se manifiesta contra las actuaciones de la empresa Cabañal2010

La destrucción del emblemático barrio de El Cabanyal, en Valencia, ya es un hecho. Y las presiones a los vecinos que se oponen al proyecto promovido por el Ayuntamiento, también. Para ello, se creó la empresa mixta (público-privada) Cabañal2010 SA, detrás de la cual se encuentra el Ayuntamiento de Valencia y la Generalitat con la mitad de las acciones, y un conglomerado de doce empresas constructoras e inmobiliarias con la otra mitad. Este órgano, cuya sede tiene lugar en el mismo barrio, está desarrollando un plan dirigido a asediar a los vecinos de la zona, a cercar su vida cotidiana y a estrangular las voces de los que protestan.

Las denuncias ante estas acciones no se han hecho esperar y, el pasado martes 13, alrededor de un centenar de personas de toda condición (jóvenes y adultos, vecinos y no vecinos) se concentraron ante la sede de Cabanyal2010 ante el eslogan: “Per la nostra dignitat, fem fora Cabanyal2010”. Sin embargo, la actuación de las fuerzas policiales (alrededor de 50 operarios) no se hizo esperar, y, ante su intento de disolución, el punto inicial de encuentro tuvo que ser trasladado unos metros a lo largo de la calle, donde la sede no corriera peligro y bien visible y amplio para que la concentración fuera cercada y acorralada por la policía. Pacíficamente, aunque claramente denostada por la actuación de las fuerzas de seguridad, la concentración se prolongó a lo largo de media hora, en la que se sucedieron los eslóganes: “Del Cabanyal, no pasarán” y se pronunciaron diversos comunicados a través de las asociaciones de vecinos y de algunos colaboradores del proyecto “Salvem el Cabanyal”.

La prolongación de la avenida Blasco Ibáñez, considerada por el Ayuntamiento de Valencia como de “interés público”, prevé la destrucción de 1651 viviendas en el carismático barrio de pescadores de Valencia, declarado patrimonio histórico de la ciudad. La falta de un servicio de limpieza en la zona, la proliferación de solares provocados por los intermitentes derribos o la permisividad del trapicheo de droga no ha hecho más que agravar la situación en la vida cotidiana del barrio. José Balaguer, un vecino del mismo, que, a sus 86 años, ve como la expropiación de su casa es un hecho, asegura que se siente indefenso y por ello se ha reivindicado varias veces. Afirma que, pese a que su casa está valorada en dos millones, le van a dar la mitad por ella. “Es una injusticia que, a mis años, me dejen sin casa”, ratifica. Sólo es una de las tantas personas afectadas por la situación. Muchas de ellas se han tenido que enfrentar a realojos en viviendas que carecían de los servicios mínimos (luz, agua, gas…). De momento, la esperanza por la paralización continua presente en los vecinos, pero la justicia parece mirar hacia otro lugar.

martes, 13 de mayo de 2008

¿Crisis? ¿Qué crisis?

El capitalismo ha vuelto a entrar en quiebra. Una vez más, sin avisar, las clases medias se ven perjudicadas por los movimientos injustos del capital y la economía y por la alegre especulación inmobiliaria que nadie parecía querer ver. En un mundo tan globalizado, si Estados Unidos mete la pata, todos los demás vamos detrás. Somos sus hijos y vasallos, fruto del postimperialismo degradado: si el padre se arruina, los hijos no tienen ni para salir a comprarse un chicle. Lo mismo sucede con el mercado internacional y si, la gran potencia lo está pasando mal, imaginemos el alcance que tiene la crisis en aquellos países en los que ya se partía de una situación altamente desfavorable. Son esos países que empeñamos en llamar “en vías de desarrollo”. Toda la vida lo hemos hecho, desde la colonización, quizás antes. Y siguen estándolo, que curioso. ¿Por qué será? La recesión es tan fuerte en estas naciones que ni siquiera pueden suministrar a sus ciudadanos alimentos básicos. En muchas de ellas, la inflación ya está en el 300%. Mientras tanto, aquí nos quejamos por el hecho de que las patatas hayan subido treinta céntimos.

Qué lástima, que injusticia. No podremos comprarnos ningún coche de lujo en los próximos tres años, y de casas ya ni hablemos. “Todos los ciudadanos tienen derecho a una vivienda digna”, sí, pero “a costa de la otra mitad del planeta”, debería sentenciar la frase. Porque es falso que lo más normal con 20 años sea independizarse y comprarse una casa, siendo sometido de por vida a las anquilosantes penurias de una hipoteca. Si realmente queremos independizarnos, cosa que está muy bien, ¿por qué no alquilamos un piso, que sale mucho más barato? “Porque no es nuestro, responderán algunos”. Y volvemos a la propiedad privada. Y volvemos a inundarnos de la hipocresía más cruel.

Cuando suceden estas crisis, que hacen ver al capitalismo con otros ojos, mientras siguen beneficiando a los altos empresarios y especuladores de forma tan injusta, no puedo evitar pensar en Kropotkin. O en Bakunin. O en Puente. Ellos ya pronosticaban la desigualdad global que iba a crear este sistema agobiante que se nos ha impuesto desde Estados Unidos. Y la crisis medioambiental –también global- que conllevaba. Y las miles de personas que se morirían de hambre. En un sistema con democracia directa, basado en la asamblea y la igualdad total entre hombre y mujeres, en el que el dinero quedara como mero instrumento pasivo, esto no ocurriría. Completamente libre, el hombre se encaminaría hacia la autorrealización moral y cultural sin ningún tipo de cadenas o ataduras. Pero esto suena demasiado utópico. O eso dicen.

martes, 6 de mayo de 2008

Imperfectos

Cuando nacemos, somos todavía fetos inacabados y deformes; no es necesaria demasiada agudeza visual para saber que deberíamos haber pasado un tiempo más en el interior del ser que nos engendra. Sin embargo, la naturaleza es caprichosa y, si lo hiciéramos, seguramente moriríamos. Así, ese es el rasgo que más nos diferencia con otros animales. Al margen de las diferencias más que visibles física o psíquicamente, no es lo mismo un recién nacido humano que un cachorro de león, por citar un ejemplo. Nosotros, a diferencia del león, somos incapaces de levantarnos y andar hasta pasados unos meses; nuestra formación es muy limitada y, sin nuestra madre al lado, cuidándonos, no sobreviviríamos ni siquiera unas horas. Por el contrario, el cachorro de león rápidamente comenzará a caminar y a cazar; al poco tiempo se independizará de su madre sin que eso suponga ningún peligro o sacrificio. El ser humano medio no es capaz de independizarse de sus padres hasta bien entrados los treinta. Es cierto, no es comparable en sentido estricto, pero hay algo más, un lastre con el que debemos cargar toda la vida por el mero hecho de nacer antes de lo normal, y es que, nosotros, a diferencia de cualquier ser del reino animal, debemos tomar decisiones sobre nuestros actos. Cuando se nos presentan alternativas, nuestra mente se pone en funcionamiento, ninguna inercia nos lleva hacia el punto que sería mejor para nosotros. Y en esa elección, por suerte o por desgracia, está el gran drama del ser humano. Si los animales saben lo que tienen que hacer a cada momento para sobrevivir gracias a su instinto, el humano se debate en la inercia de una realidad social que se sobrepone a él. Completamente exhausto, debe seleccionar una opción, muchas veces sin considerar lo suficientemente lo que ello entrañará. Muchas vidas se han consumido por una simple mala decisión. Muchos han muerto por decidir B cuando lo mejor era A, pero ya poco importa. El único remedio que nos queda, desde el principio de los días, es rutinizar nuestros actos hasta asumirlos de forma robótica. Si, amigos, no hay más remedio para nuestra enfermedad que la monotonía. Aunque suene surrealista, es la única manera de salir del atolladero e, inconscientemente, seamos más revolucionarios o menos, más contestatarios o menos, caemos rendimos en sus brazos cual insecto en una telaraña. Es algo externo sobre lo que, casualmente, no podemos decidir. Y a la vez es nuestra más abominable condena. Sometidos a esa injusta monotonía, dejamos que el tiempo se consuma sin disfrutarlo como es debido, porque todo lo que se salga de esa mediocre rutina es desperdiciar las horas. Aceptémoslo, nacemos inacabados y morimos igual de inacabados: somos una clase animal más dentro del mundo salvaje y despiadado que nos rodea. Igual de imperfectos, pero mucho más dependientes. Sólo unos cuantos escogidos, también por caprichos de la naturaleza, se dejan dominar por sus impulsos, por lo que el cuerpo les grita, y no por el tiempo, las horas y la vida en general. Esos seres libres, despreocupados y lanzados al ruedo valientemente, son los más perfectos que podemos encontranos. Ni la inteligencia ni la belleza nos hace mejores, son las ganas de vivir las que logran que algunos se salgan de la ridícula vida que nos ha sido impuesta. Los demás, mientras tanto, seguimos envidiándolos, encerrados en este frasco cerrado, en el interior de un barco –nuestra vida- que navega a la deriva.