martes, 12 de agosto de 2008

Silencio, que hay democracia

Democracia es consentimiento. El consentimiento de una ciudadanía cívica, en su mayoría poco activa, para que los gobernantes a los que han elegido, respaldados por las grandes corporaciones y los medios de comunicación, lleven a cabo una serie de actos en los que podrán estar más de acuerdo o menos, pero que están totalmente legitimados por el sistema establecido. A su vez, dichos medios de comunicación de masas contribuyen al mantenimiento democrático, eliminando disidencias ideológicas, resaltando aquellos temas que creen convenientes y dotándoles de la óptica necesaria con el objetivo de que los ciudadanos mantengan su responsabilidad en el sistema, que es ínfima. Es la llamada manufactura del consentimiento, término acuñado por Noam Chomsky. Al sistema no le interesan los desertores, los elementos críticos, que pronto serán irremediablemente etiquetados, tachados de radicales, con un tono de desprecio evidente e injustificado. Antisistemas y eternos pesimistas que no agradecen como deberían lo que la democracia del mercado capitalista ha hecho por todos nosotros: nos ha traído la libertad, la paz y la justicia. Pero todo eso tiene unos sacrificios, unos trámites que pagar como compensación. Uno de ellos es nuestra función de títeres, aunque no nos demos cuenta. El trabajo asalariado presiona a los trabajadores esclavos del capital, que cuando llegan de la jornada laboral están demasiado cansados como para pensar en lo que sale mal, y se sientan delante del televisor, viéndose irremediablemente imbuidos por los anuncios publicitarios, que también ejercen esa función de manufactura del consentimiento. El consentimiento de vivir en una sociedad consumista hasta la saciedad, que nunca está contenta, sino que siempre quiere más. Desde los inicios de la prensa, los medios de comunicación, que son dirigidos por las grandes empresas económicas, por muy poco que con el mundo comunicativo tengan que ver, sin que nadie se escandalice por ello, han escogido los temas que han creído oportunos con el fin de favorecer a su propio sistema de favores, pues a la vez que informan, publicitan, se publicitan a ellos mismos, se venden con informaciones que lavan el cerebro a la ciudadanía y orienta su pensamiento hacia el maniqueísmo ideológico propio de estos tiempos que corren. Es descarado, por ejemplo, como un diario como El País, considerado prensa seria y el más importante de España, relativice temas como el gobierno paramilitar del presidente Uribe en Colombia, terriblemente cruel con los sindicalistas, mientras derroche titulares y palabras con otros presidentes sudamericanos, aquellos cuyos gobiernos no interesan a los intereses del grupo Prisa, líder del diario. Cuando se le pide a la gente que escoja que dirigente mundial le cae peor, escogerá a Hugo Chávez, o a Evo Morales, o a Daniel Ortega. Todos ellos tienen en común varias cosas, y es que pese a sus defectos, irremediablemente unidos a cualquier dirigente, pues todos se mueven por los mismos motivos de intereses particulares, han parado los pies a las grandes empresas que en sus respectivos países se lucraban sin ninguna consideración mientras la mayor parte de la población vivía por debajo del umbral de la pobreza. Pero otro punto en común es el tratamiento por parte de El País, reduciéndolos a simples tiranos incapaces de conducir un gobierno, y no reconociendo tanto sus virtudes como sus defectos. Democracia es consentimiento, Noam Chomsky tenía razón, y ese consentimiento hay que manufacturarlo, para hacernos caer ineluctablemente en la tela de araña que constituye el entramado capitalista mundial, que enarbola sin tapujos occidentes, mientras el resto del mundo está en una guerra perpetua, a la que apoyaremos o no dependiendo de los intereses que recaigan en nuestros agujereados bolsillos, insaciables. Sólo una democracia directa, sin la opresión de un Estado todopoderoso y no criticable, puede conseguir que el ser humano dirija realmente su vida y sea totalmente responsable de sus acciones.