martes, 16 de junio de 2009

El trámite de la educación


A lo largo de mi carrera como estudiante, he podido comprobar que existen varios tipos de profesores. Una afirmación un tanto obvia a simple vista, pero que refleja a las mil maravillas los diversos caminos por los que se puede condenar el actual retroceso en la calidad educativa. Básicamente, me ceñiré en dos arquetipos de profesores que pueden influir en muy diversas maneras en el comportamiento de su alumnado.

En primer lugar, encontramos al profesor amargado. Entra en clase, ni siquiera dice buenos días, y, con cara de pocos amigos, tan sólo interactúa con él mismo, impartiendo (que no compartiendo) la información privilegiada de la que dispone y haciéndosela asimilar a sus oyentes a la fuerza. En su superioridad intelectual basa sus clases y parece estar rodeado de un aura que le hace mirar condescendiente a sus “discípulos”. El ego está muy enraizado en el profesorado, pero este tipo de profesionales lo utiliza como arma de doble filo.

En el lado opuesto de la moneda, hallamos a otro tipo de profesional, con un estilo de comunicación (que no impartición) mucho más libre preocupado por sus alumnos. Explica los contenidos cargados de ejemplificaciones que hagan más amenas y expresivas sus clases. Habla desde su experiencia, es humilde y comparte su saber de forma amigable, como si fuera un amigo con el que compartes un rato. Además, ofrece los datos para que sea el alumno el que, mediante el empleo de su capacidad racional, los mastique y asimile, movimiento las mentalidades de todas y todos los que se hallan en clase, que ya no son meros espectadores pasivos, como en el primer caso.

Por lo tanto, lo que aquí se dilucida son dos tipo de educación. Está claro que entre ambas tonalidades de profesores hallamos una gran escala de grises, pero lo cierto es que los más cercanos al primer arquetipo se imponen hoy por hoy en el sistema educativo, precisamente porque éste se basa en un tipo de educación que imparte y no comparte; que sólo está enfocada en los resultados, en la práctica y no en la teoría, y cuyo único objetivo es formar a trabajadores y trabajadoras para el mundo laboral. Desde esa perspectiva tecnocrática en la que se enmarca la escuela en una sociedad capitalista, poco se puede hacer porque la teoría vuelva a gobernar en las aulas y que lo que se creen no sean meros engranajes al servicio de la vida mecánica, sino ciudadanas y ciudadanos

Cabe, como en la segunda república, retornar a la concepción de la escuela como fábrica de ciudadanía. Es necesario, volver, como en 1931, a un presupuesto de Estado en el que el dinero destinado al ejército –como ahora y siempre- no sea superior al educativo, porque eso, desgraciadamente, dice mucho del tipo de sociedad que estamos construyendo. Ya decía Cicerón que “vivir es pensar”. Y el tiempo está demostrando que al Sistema le interesa todo menos que la gente piense –que es lo que se pretendería con Bolonia, una oda a la enseñanza práctica en detrimento de la teoría-. Cuanto más se prioriza la técnica, más se empobrece la teoría. Y una sociedad sin teoría en una sociedad acrítica, fácilmente dominable y moldeable, sin capacidad de racioncinio.

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