jueves, 27 de noviembre de 2008

Civilización y barbarie

El martes 25 de este mes transcurrió internacionalmente el Día contra la violencia de género. Si tratamos de no quedarnos únicamente con el acto simbólico, dicho acontecimiento nos sirve para reflexionar acerca de ese lastre que la sociedad española arrastra desde tiempos innombrables.

La reconocida figura del macho ibérico, tan generalizada en nuestro país a lo largo de los años, no es más que otro intento de supremacía de unas personas sobre otras, al igual que la llamada raza aria en Alemania o las tradicionales luchas de clases a lo largo de los siglos. Una doctrina particular que demuestra que una inmensa cantidad de gente no se siente cómoda cuando siendo igual a otros y a otras. Algunos han nacido para destacar. Así, los machitos españoles no son más que pseudoparásitos tardíos de la época franquista, mucho más diseñada a su imagen y semejanza que la actual.

El macho español es arrogante, vanidoso, descuidado. Les gusta marcar su territorio, así como el verbo poseer. Lo poseen todo: la casa, el coche, los muebles… y hasta a sus conyuges. Han sido educados para ser los receptores pasivos en las tareas del hogar, para cumplir en la cama y mandar, y cuando no lo hacen, se enfurecer, porque sienten su territorio minado. Vieron con ojos escépticos la incorporación de la mujer al mundo laboral. Y, cuando éstas lo lograron, ni siquiera movieron un dedo por ayudarlas, todo siguió igual en casa.

Estamos en 2008 y la cifra de maltratos sigue sin reducirse drásticamente. Persiguen cientos de muertes por violencia machista al año, bajo el silencio avergonzado del resto de la sociedad. Aumentan las medidas judiciales y políticas, pero parece que nadie se da cuenta de que es éste un problema estructural. Lo que fallan no son las leyes, sino la educación. Y, mientras los héroes de las películas sean los hombres, y las mujeres sólo tengan reservado el papel de tía buena, mientras las princesas y las muñecas sigan siendo cosa de niñas, la publicidad siga estereotipando su particular imagen sexista de la sociedad, nada cambiará en la base, y civilización y barbarie seguirán conviviendo bajo un mismo paradigma social. El Ministerio de Igualdad es un paso, pero quizás falta otro más importante: que comience a funcionar realmente, a pleno rendimiento, y que no se quede en el mero acto significativo de su creación. Hace falta concienciación, supresión de roles y esquematismos tradicionales. Urgen más mujeres en puestos de responsabilidad institucional, para que el sistema se pueda cambiar también desde el núcleo de las empresas, las que más sexismo generan.

Es necesario, también, un lenguaje no sexista, que reconozca por igual a esa mitad de la población que casi siempre queda en el tintero. Para ello, sería imprescindible la aplicación de la ley de Igualdad a la institución de la Real Academia de las Letras, sin duda alguna una de las que más marcado acento misógino adolece. Cuando dejen de existir oficios de chicas, y trabajos de chicos, deportes de chicas y de chicos, juegos de chicas y de chicos, maneras de chicas y de chicos, etc. entonces y sólo entonces habremos logrado dar un paso en el vencimiento de los valores propugnados por el machismo español.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Por qué perdimos la guerra


La guerra civil española supuso un enfrentamiento sanguinario entre dos ambos históricamente irreconciliables, dos Españas condenadas a una continua lucha por diferentes concepciones de afrontar la política. El conflicto supuso no sólo un punto de inflexión en la historia del país, fruto del cual quizás terminó esa imposible convivencia –primero con la dictadura excluyente, luego con la democracia moderada-, y también muchas de las aspiraciones republicanas y sociales, en una época en que los ciudadanos contaban con un alto nivel de participación política.

Mucho se ha especulado acerca de las causas de aquella derrota trágica en los albores de 1939. Una derrota anunciada que no fue más que el preludio del desmoronamiento definitivo de una izquierda desunida e incapaz de afrontar a los problemas con independencia. Tras la defensa gloriosa de Barcelona en 1936, orquestada principalmente por milicias anarquistas configuradas espontáneamente por la población concienciada y unida, lo que parecía el final no supuso más que el principio de una guerra larga y tortuosa. Rápidamente, el sindicalismo libertario de la época, organizado principalmente por la CNT y la FAI –sindicatos predominantes por entonces- articuló un nuevo orden paralelo al Estado reconocido, organizado por comités y asambleas, en el que todo poder quedaba suspendido indefinidamente. Fueron meses de nuevas experiencias en Cataluña, de colectivizaciones independientes, solidaridad y progreso económico. La primera experiencia anarquista en España estaba resultando todo un éxito, en parte gracias a la concienciación y la voluntad populares.

Sin embargo, un gobierno incapaz, encabezado por políticos inoperantemente pasivos y confiados en cuanto al avance de una guerra que creían prontamente solventada, fraguó una venda ineludible para los intereses de la nación, que se prolongaría durante los tres años de conflicto. Desde un principio, desde los Comités Antifascistas se promovió la necesidad de desarrollar una guerra de guerrillas –de origen incluso nacional- en lugar de una típica ofensiva militar para acabar con el levantamiento, pues los escasos apoyos internacionales a la República, a diferencia de los prestados a las hordas facciosas, convertían la opción de guerra abierta en un auténtico suicidio. Pero el gobierno central, encabezado por Negrín, y presidido por Azaña, no sólo desoyó los consejos de los sindicatos mayoritarios, sino que se entregó decididamente y sin ningún tipo de condiciones a la política estalinista, un ente abstracto dispuesto a influenciar de la forma que fuera en tierras españolas. Así fue como todo el oro de Moscú se marchó hacia Rusia, y como las armas comenzaron a escasear entre las tropas anarquistas, mucho más aguerridas y disciplinadas que el mercenario Ejército de la República.

Juan Negrín buscó en los comisarios soviéticos un escudo en el cual refugiarse durante toda la guerra, y, como consecuencia de ello, la República y sus aliados tuvieron precios considerables a pagar. El comunismo ruso sabía cuán peligrosos eran los anarquistas españoles, partícipes de un movimiento fuerte que, en cualquier momento, podría haber desencadenado una revolución social importante. Dicho y hecho. Andreu Nin fue asesinado por espías rusos. Su partido, el POUM, ilegalizado, y acusado injustamente de fascista. Dichos acontecimientos privaban a los defensores de la legalidad democrática de una gran cantidad de valiosos y valientes hombres. Pero sin duda alguna el acontecimiento que terminó por declinar la guerra fueron los hechos de mayo de 1938.

El gobierno, totalmente entregado a la perversión del estalinismo, no sólo destrozó las colectivizaciones que con tanto éxito se desplegaban los campesinos en los campos agrícolas del Levante español (véase cualquiera de los libros de Joaquín Costa sobre el tema), impulsados por los sindicatos socialistas y anarquistas, sino que comenzaron una batalla decisiva en el curso de la guerra a mediados del 38. La policía republicana asaltó sin motivo aparente el edificio de Telefónica en Barcelona, colectivizado espontáneamente por el pueblo catalán. Algo tenían que esconder los órganos comunistas, conversaciones comprometedoras con Moscú quizás, pero lo cierto es que fue la gota definitiva que colmó el vaso de las humillaciones. Anarquistas y comunistas se enzarzaron en una lucha sangrienta e inútil, mientras las tropas de Franco se frotaban las manos ante la destrucción gratuita de sus enemigos.

La represión no terminó ahí. Las checas continuaron, cientos de anarquistas fueron asesinados como vulgares animales, sin más delito que el de pensar diferente. El movimiento libertario entró entonces en un trance, agilizado por la dictadura funesta, del que nunca más ha vuelto a resurgir. La guerra se perdió. Muchos murieron, pero los dirigentes republicanos, aquellos que se habían caracterizado por la pasividad y el institucionalismo consiguieron exiliarse con vida de un país maldito al que habían condenado con su centralismo, sus exclusiones y sus malas decisiones

jueves, 13 de noviembre de 2008

La solución


La Generación de los 80 es conocida por muchos nombres. Son los descubridores del botellón, de las nuevas sustancias alucinógenas, de la vagancia y el escaqueo. Términos constantemente repetidos, machaconamente lanzados por los medios de comunicación, también reinventados por los nacidos en esta época. En su madurez, la sociedad de la información se hizo viva, dejo de ser un germen para convertirse en una realidad. Enganchados a los videojuegos, a Internet, a lo audiovisual, subproductos degradantes de la época post-capitalista que los convirtieron en zombies a los quince años. Vieron renacer de sus cenizas a la economía de mercado, muchos de ellos vieron caer el muro de Berlin, a la vez que fueron divisando la construcción de numerosos muros alrededor del mundo, cada vez más altos, cada vez más infranqueables.

Una pequeña porción de jóvenes, sin embargo, decidió desde un primer momento desprenderse de las vendas impuestas por el influjo dominante de la comunicación unidireccional manejada desde las grandes multinacionales del imperio, divisar los muros e intentar construirlos. Mayo del 68 sólo fue una gota. Desde entonces, el sistema buscó nuevas formas de actuar contra los disidentes, alejadas de la violencia. Las porras ya no funcionaban en las democracias avanzadas, así que los medios de comunicación se convirtieron en los nuevos instrumentos de control de las masas descarriadas, incapaces de vivir con orden, incapaces de administrar la ínfima libertad que el poder les había concedido. Éstos jóvenes visionarios también se deshicieron de las etiquetas impuestas. Dejaron de ser la generación del botellón y de las drogas de diseño. Se alejaron de las pantallas o a las utilizaron con fines sociales. Para organizarse y luchar. Sustituyeron las videoconsolas por los manuales de Chomsky. Se deshicieron de las cadenas y de los estereotipos inculcados por una publicidad presente en todos y cada uno de los momentos cotidianos, y convertida en necesidad de la proporción mayoritaria de la ciudadanía. Denunciaron la globalización, no por estar en contra de la aceptación de la diversidad, sino porque sólo era un mecanismo más para construir nuevas barreras que obstruyeran el edificio público de pensamiento. Porque en su letra pequeña venía la palabra privatización.

Atravesaron el túnel, lograron salir de la caverna platónica y contemplar el mundo desde la perspectiva real, alejada de los dogmas partidistas y las teorías democráticas de feria. El mundo de las ideas se alzaba al fin ante ellos. Como el ser humano es un animal social, se organizaron rápidamente, sin pausa pero sin prisa. Colectivos, asambleas, coordinadoras, novísimos movimientos sociales, redes sociales a través de Internet, ateneos, centros sociales ocupados, comunidades. Como no podían pagarse una vivienda, a pesar de que había miles vacías, la ocuparon. Construyeron un mundo perfecto entre las desaprovechadas paredes de las casas ocupadas, su mundo, y no aquel que les querían hacer ver como el único, el impuesto desde arriba. Y allí vivieron, y viven, alimentándose de lo que producen, educando a los niños desde la igualdad y el amor a la naturaleza, cultivando, organizando talleres, teatros, cinefórums. Cultura alternativa como arte de liberalización.

El movimiento asambleario, donde realmente se escenifica la democracia directa y verdaderamente participativa de todos los ciudadanos sin distinción, es su principal baza. Los boletines de contrainformación, los blogs y las redes sociales, sus medios de comunicación, alejados por supuesto de las élites institucionalizadas. A través de ellos siguen organizándose, intentan abrir las mentes de los que todavía viven en la caverna. Las injusticias lanzadas desde los centros de control de un mundo cada vez más global -en el sentido del unicentrismo- les unen más. En los últimos días los estudiantes universitarios y de bachiller lo han demostrado. Prácticamente a diario hay actos contra el proceso de convergencia europea, conocido como Plan Bolonia. Cuando la burocracia elefantiásica elude la confrontación y discrepancia con millones de manifestantes en toda Europa, evitando el diálogo, y alude a los problemas de información de los estudiantes como causa de las protestas, algo falla. Y no sólo es la democracia, que se deteriora a diario, muriendo entre los cajones de un sistema parasitario que incluso amenaza con despedazarla. Hay algo más, una fuerza superior y nebulosa que cabría identificar y suprimir de raíz. Sin duda alguna, estos jóvenes, los mismos que ayudan a gente sin recursos, a inmigrantes sin raíces o a personas dependientes, pronto hallarán la solución.

jueves, 6 de noviembre de 2008

No, we can't

El 4 de noviembre de 2008 pasará a la historia por ser el día en que el primer presidente negro alcanza la presidencia en un país como Estados Unidos, donde hace a penas unas décadas ni siquiera podían votar. El triunfo de la democracia, la llegada del cambio. Con independencia de que el resultado iguale al nivel retórico gracias al cual Obama ha conseguido ser ganador, el 4 de noviembre de 2008 también será recordado (aunque menos a escala global) por ser el día en que los universitarios y las universitarias consiguieron su propósito de debatir con el rector acerca de la entrada de la Universidad de Valencia en el nuevo Espacio Europeo de Educación Superior.

El movimiento universitario en Valencia, en el cual los y las estudiantes se han organizado a través de asambleas nítidamente horizontales y sin dirigismos políticos de ninguna clase, ha sido todo un éxito en cuanto a las formas. Miles de estudiantes se concentraron en el día de hoy en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación para un debate abierto con ese ente al que todos daban por inexistente, de nombre Francisco Tomás, rector de la Universidad, y en teoría representante de nuestros intereses.

La asamblea discurrió de forma pacífica, pero el rector no estuvo dispuesto a posicionarse hasta que el cuello de la corbata comenzó a aprisionarle en su cárcel interior, demasiado como para soportarlo. Sólo entonces, siempre con la sonrisa en la boca y siempre alabando la lucha estudiantil, comprendiéndola y calificándola de extraordinaria en el derecho a la libertad de expresión, rechazó el referéndum vinculante, único punto en el que los y las estudiantes no estamos dispuestos a ceder. Lo único que alegó para su oposición fue el hecho de que los estatutos de la universidad lo impedían. Siempre los estatutos. Siempre ese Derecho del que el Estado bebe y que parece haber sido configurado en contra de los verdaderos derechos y libertades de los ciudadanos.

La conclusión acerca de su posicionamiento y el de la institución fue clara. Nadie tiene ni el más mínimo conocimiento de qué demonios es realmente Bolonia, cómo viene y cómo se va a aplicar. La fecha también es una incógnita, lo que nos deja a los y las estudiantes como los conejillos de indias que ven venir de las inyecciones de los médicos su triste final, sin poder hacer nada por remediarlo. Esta “revolución educativa” es claramente incompatible con el actual modelo de universidad, estancado, endeudado y totalmente rígido en cuestión a nuevas modificaciones. Si, como se presupone, nadie va a aportar ni un solo euro para realizar el cambio, ¿qué va a cambiar realmente en beneficio de los estudiantes? ¿No será como ese “cambio” que promueve Obama? ¿Ese que siempre anuncian y que nunca llega para los ciudadanos de a pie?

Una vez más, los estudiantes han demostrado que, por mucho que los medios de comunicación les tachen como la “generación del botellón”, en cuestiones de lucha social y organización no hay quién les gane. El adoctrinamiento pasivo que promueven desde la Unión Europea no es aceptado por los críticos salidos de un sistema universitarios público que precisamente ellos mismos pretenden derrumbar. Porque la crítica no tiene lugar en la nueva Europa. Sólo el capital de las grandes empresas. El dinero, siempre el dinero. Cuando los órganos de apariencia democrática ponen trabas a la participación de los ciudadanos, cuando uno es consciente de la débil estructura institucional y su rigidez. Cuando las opiniones de la mayoría no son vinculantes porque las normas así lo dicen. Es entonces, después de todos esos supósitos, cuando uno se da cuenta de la farsa política en la que se halla inmerso, orquestada por unos políticos alejados de la realidad social, que se creen en el derecho de imponer lo que creen que será lo mejor para todos. Es entonces cuando la democracia muere en sus cajones, y, desprovista de su fachada de libertad e igualdad, muestra su verdadero rostro, cubierto de miseria y humillación.