sábado, 28 de junio de 2008
De centro comercial
Pero no todo en esta vida es de derechas, de izquierdas o radical. Nada hay blanco o negro. Por eso, un nuevo término político acabó por surgir para el delirio de los lingüistas y las miembras de la Real Academia. El centro. Como si no tuviéramos bastante con todos los enfrentamientos, este nuevo ente tan metamórfico y heterogéneo surgió de la noche la mañana. Realmente, constituye otra obra de arte creada por los de arriba. Desde entonces, la mejor estrategia para ganar las elecciones y alcanzar el poder es el centrismo. Ser de centro mola, es lo guay, lo moderno. El fin de las ideologías, la simpleza uniformidad y el unipartidismo al poder. ¿De qué vale complicarse la cabeza siendo de derechas o de izquierdas, pudiendo ser ambas y ninguna a la vez? ¿Qué sentido tiene distinguir? ¿Qué diferencias puede haber? Los contrastes son, sin embargo, de sobra conocidos. Riqueza o igualdad, lo público contra lo privado, tolerancia frente a la inmigración, derechos laborales… y un continuado sin fin de opciones que el centrismo parece ignorar por completo. La centralidad obedece a la necesidad de los partidos por caminar hacia el conservadurismo sin querer aparentarlo demasiado. El PSOE –injustamente llamado socialista- es un partido de centro-izquierda. El PP, de derecha pura y rancia. Ambos acaban optando por expulsar inmigrantes tiránicamente, favorecer más a los empresarios que a los trabajadores o prostituirse frente al capitalismo más desigual. Las similitudes entre los dos partidos son tan grandes que asustan. Por ello, ante la carestía de ideas políticas, de ideología pura que defina sus actuaciones, ambas organizaciones se ven forzadas a declararse centristas para satisfacer al electorado más populista, imbuido terriblemente por esta corriente impuesta del fin de las ideologías. Eso es lo que recientemente ha ocurrido en el nuevo Congreso del PP. Sus militantes se han dado cuenta de que la demagogia, la crispación y el atrasado conservadurismo con toques fascistocatólicos no funciona y, ahora, en consecuencia, se ven obligados a virar hacia un nuevo mercado. Y no hay nada más general y pragmático como el centro. Cabe preguntarse: ¿Cómo podemos fiarnos de unos políticos que mienten acerca de sus valores y cambian de ideales de la noche a la mañana?
miércoles, 18 de junio de 2008
¡He dicho que no!
sábado, 14 de junio de 2008
La locura de los campos de golf
miércoles, 11 de junio de 2008
Como los cangrejos
Mucho habría que esperar para que las cosas mejoraran, puesto que la estructura de esta época iba mutando, pero siempre continuaba. Los déspotas monarcas se transformaron en empresarios, banqueros, ricos y, luego, burgueses. Todos ellos contribuyeron en su día a que el sistema siguiera en pie, y continuaron sometiendo a los trabajadores a interminables horarios laborales, cuando apareció el sistema capitalista de producción. En la diferencia de horas laborales con otras empresas es donde estaban los mayores beneficios, así que se empleaba una plusvalía absoluta, con el objetivo de extraer los mayores beneficios posibles de la producción. Hasta el siglo XX, no cambiará la situación. En este momento, los sindicatos ejercerán una gran labor presionando a los empresarios y poderosos, hasta lograr la jornada laboral de 8 horas. Todo un logro celebrado entre las masas obreras mundiales. Sin embargo, el capitalismo seguía necesitando producir para no morir, así que la plusvalía absoluta será reemplazada por la relativa, y los trabajadores, sustituidos por máquinas, que realizarán el mismo trabajo, pero en menos tiempos. El paro comenzó a instaurarse en la sociedad, y con él, el miedo de los trabajadores a desempeñar mal sus laborales.
Ayer, 10 de junio de 2008, la tan laureada Unión Europea, aprobó la jornada máxima laboral de 65 horas semanales, equivalente a trabajar 13 horas diarias. Como respuesta a la crisis, no es más que insuficiente, porque bien es sabido que ésta no se soluciona base de aumentar la producción descaradamente, de forma tozuda. La conclusión a la que han llegado un puñado de hombres poderosos trajeados es que las mujeres y hombres de hoy son capaces de aguantar más de la mitad del día trabajando. ¿Por qué no? Parece que volvemos a aquello de “trabajar dignifica”, aquellos viejos tiempos de la plusvalía absoluta y la inexistencia del tiempo libre. Debemos ser conscientes de que, en realidad, el trabajo surgió de la necesidad del propio hombre, y no de los que, con la excusa de ser ricos, le cargaron con la responsabilidad de trabajar el doble por los lo que no dan un palo al agua. Seamos conscientes, pues, de que trabajar es una carga, un peso nada superfluo que se nos impuso desde la edad media. Ahora, la moderna UE, esa organización sectaria con graves problemas de aporofobia, parece retroceder en cuanto a libertades se refiere: expulsión y maltrato a inmigrantes, privatización de la enseñanza con el sistema de Bolonia, auge de gobiernos fascistas… En fin, queda de manifiesto, como conclusión, que la globalización impone barreras, no las derriba. Es irónico el hecho de que, desde la caída de aquel muro famoso en 1989, han crecido muchos más por todo el mundo, que dificultan de forma alarmante las relaciones interpersonales y el auténtico objetivo de las personas: la autorrealización. Al parecer, retrocedemos como los cangrejos.
domingo, 8 de junio de 2008
Otro mundo es posible
Hoy en día, en este mundo globalizado, esa globalidad se expresa a través de los flujos de comunicación unidireccionales, que se expanden desde Estados Unidos hacia el resto del mundo. Pese a que la colonización supuestamente acabó hace siglos, todavía en pleno siglo XXI persiste una dependencia cultural y comunicativa de los países del sur y este del planeta con respecto al gigante ineluctable americano. Al acabar la segunda guerra mundial, y sin ningún sistema alternativo que le hiciera frente, Estados Unidos impuso al mundo su teoría del “libre flujo de la información”. Los norteamericanos salieron bien parados de la gran catástrofe mundial y con una serie de artimañas económicas lograron colocarse en el primer puesto económico y político global. Con la inefable excusa “el mundo es un mercado”, la macropotencia convirtió todo precisamente en eso: un mercado regulado por unos pocos –los más poderosos-, donde las leyes de la oferta y la demanda imperan sobre todas las cosas, como un dios todopoderoso que todo somete a obediencia inexpugnable. Brillantemente, este argumento condujo a la siguiente tesis: si tiene que existir un libre acceso a la información, de nada valen las barreras protectoras, que tan sólo obstaculizan el libre entendimiento entre personas. Sin embargo, nadie leyó la letra pequeña, en la que se explica como aquellos que más tecnología poseen podrán copar mayor parte del mercado, e incluso manejarlo a su antojo. Aquí es cuando la teoría norteamericana se convirtió en la “teoría de la libre manipulación mundial”. Sistemáticamente, los productos estadounidenses invaden nuestro mercado y nada ni nadie puede detenerlos. Ante este quebradero mundial, que maltrata a la comunicación en sí y dota de unas alas inmensas a las empresas gigantes, encaminadas hacia la concentración total de la información, poco se puede hacer. Ni siquiera existe un organismo internacional que regule la información a nivel planetario. El informe McBride –una propuesta con 82 recomendaciones a través de las cuales tenía que girar el nuevo orden de la información- propulsado por la UNESCO tuvo escasa importancia, sobre todo porque el propio país ahora presidido por Bush decidió abandonar la organización en ese preciso momento, como hace con todos los organismos que no puede controlar.
Mientras tanto, el mundo se enfrenta en el devenir diario ante periódicos e informativos plagados de ‘noticias trampa’, en las que se omiten gran parte de los hechos o se manipular descaradamente con miras a conseguir una valoración u otra del espectador. Si cuatro son los países que controlan el mundo, cuatro son las agencias de información privada que dominan la información, y cuatro los grupos de comunicación que operan de la misma forma. La concentración está, por tanto, plenamente asegurada. Los hilos son manejados desde arriba por unos pocos y nada parece indicar que la situación cambiará con un presidente u otro en Estados Unidos.
Ante esta situación, es necesario reflexionar, y pensar por una vez en esos países que quedan excluidos reiteradamente en las reuniones de los mandamases planetarios. Ese es el primer paso para caminar hacia una igualdad informativa real, que sirva para cultivar las mentes de los ciudadanos de todos y cada uno de los países, formándolos y encaminándolos hacia la plena autorrealización. El tratamiento de la información es un reflejo de la evolución de la mente de la ciudadanía. Si a la primera la tratamos como pura mercancía, la conciencia humana involucionará, profundamente herida, al ser obligada a leer una y otra vez la misma historia y quedará atrapada en las oscuras profundidades de la uniformización ideológica.
domingo, 1 de junio de 2008
Podría haberse evitado
Última semana de mayo. Dos obreros fallecen en las obras del Nuevo Mestalla, en la ciudad de Valencia, y otros dos resultan heridos, al desestabilizarse una de las plataformas, indebidamente colocada. Podría haberse evitado. La euforia sindical del 1º de mayo ya queda lejos, partió una vez más y su retorno no se producirá hasta dentro de un año. Esa es precisamente su débil fuerza: la fugacidad de las propuestas sindicales, convertidas en meras ilusiones en la utopía de una sociedad sin muertes laborales. Y es que, realmente, somos inconscientes de la cantidad de fallecimientos que provoca el terrorismo patronal. Auspiciados por las ansias infinitas y el fenómeno orgásmico de la posesión de cantidades avaras de dinero, los empresarios –que siguen existiendo, pese a que muchos prediquen todo lo contrario- eligen la mano de obra más barata y, por tanto, descalificada, que pueden encontrar en el ya de por sí precario mercado laboral. Como dioses, escogen a los afortunados que se jugarán la vida día tras día; una vida que se irá consumiendo ladrillo a ladrillo, a través de interminables jornadas laborales. En medio de una crisis económica planetaria, el empresario, ese lobo feroz a la búsqueda del máximo beneficio, trata de reducir costes a través de todas las pillerías posibles. Auténticos matasietes, dominan el arte de la embaucación y juegan a ser dios con la vida de gente indefensa, buena parte de ella migrante, además. Y es que ¿es ese el contrato que el conseller quiere imponernos a los valencianos a la fuerza? ¿Incluye ese contrato la necesidad de trabajar catorce horas diarias, a cambio de una miseria? Es incomprensible como el populismo del PP está acabando con la tolerancia hacia esos seres desposeídos, sin tierra, sin hogar, que huyen de ese fenómeno que no afecta a todos tan beneficiosamente como a nosotros: la globalización. Es inadmisible ser tan hipócritas cuando, sólo basta con salir a la calle para darse cuenta de que los migrantes están levantando el país, peldaño a peldaño. Están en cada obra, en cada esquina, sudando cual fieras indómitas ante su presa más añorada.
Otro hecho curioso es que, la misma semana de los dos muertos del Mestalla, comienzan a aparecer infinidad de noticias relacionadas con muertes de trabajadores por toda España. ¿Qué ocurre? ¿Por qué se silencian tanto este tipo de fallecimientos normalmente? No es necesario ser muy suspicaz como para saber los altos índices de mortaldad que se cobran numerosas obras. Todos tenemos algún conocido, familiar o vecino que ha muerto trabajando. Las compañías aseguradoras bien lo saben y, así, establecen una aproximación del número de obreros que pueden fallecer al término de una obra. ¿Cinco? ¿Diez? Quizás más. ¿Qué importa? Sobre esos cadáveres se edificará una nueva España, grande y libre. Las muertes son daños colaterales, hechos misteriosos que no empañan el crecimiento desmesurado y sin límites del capitalismo. El derecho al trabajo es tan necesario como el de la vivienda o el de la vida. Pero morir en el trabajo no es un derecho, es una gran putada, quizás la peor muerte que le pueda sacudir a uno. Las imágenes de varios videoaficionados captaron a las víctimas mortales del accidente del Mestalla trabajando a la 1 de la madrugada, pese al silencio al respecto de la televisión “pública” del País Valenciano. Por lo tanto, se podría haber evitado. La conclusión que saco de todo esto no es otra que la siguiente: mientras dediquemos un solo día a debatir sobre los problemas que aún a día de hoy afectan al mundo laboral, mientras en sólo una semana aparezcan en los periódicos más muertes que en todo el año, el estado de derecho no será más que eso: el derecho a morir a favor de los intereses de unos pocos.