martes, 2 de junio de 2009
El funcionamiento orwelliano de la inspección educativa valenciana
En 1984, George Orwell creó una utopía negativa de una sociedad dominada por el Gran Hermano, una figura a medio camino entre el particular comunismo entendido por Stalin, el fascismo y la dictadura capitalista que puede llegar a ser la sociedad del mercado, con individuos totalmente alineables y decididamente manipulables para ejercer la pieza de engranaje que hace falta para que la sociedad funcione. Es decir, una vuelta de tuerca a la utopía de todas las utopías, aquella que escribió en su día el también libertario Adolf Huxley. Con Un Mundo Feliz, describió a los seres humanos como embriones preselccionados y dispuestos para cumplir una función especializada en la sociedad, a cambio de una ignorante felicidad.
Todo esto nos desvía del tema principal del artículo de hoy, que no es otro que la kafkiana organización de la inspección educativa en el País Valenciano, el de los presidentes imputados, el de los apellidos y nombres con C de corrupción (Costa, Camps, Carlos Fabra, etcétera). Y es que en los últimos meses, cientos de directores de colegios o institutos valencianos que esperaban ser renovados en su cargo han visto como aplacables inspecciones han puesto en peligro no sólo su situación futura, sino la de los centros públicos a los que pertenecen, que parecen afrontar el verano sin nadie que los comande, a la deriva.
Es el caso del director del IES Eduardo Palop, de Enguera, Virgilio Perona. Tras veinte años ejerciendo el cargo, con numerosas medallas a su labor en la integración de inmigrantes y la acogida de nuevas tecnologías y el apoyo tanto de los padres de los alumnos y las alumnas como del profesorado, un informe acusándole de delitos menores (unas obras que se excedieron en 27 metros cuadrados, en las tierras por excelencia del pelotazo urbanístico) parece poner en tela de juicio su continuidad. Fuertes sospechan levantan sus desavenencias –principalmente ideológicas- con el alcalde de la localidad, el popular Santiago Arévalo; o los reiterados intentos de la exconcejala de cultura de Enguera, también profesora, por destronar a Perona.
No es el único caso, como ya se ha dicho. José Luis Santiago recibió idéntico expediente, incoado por el hecho de colocar boca abajo la imagen del conseller de educación, conocido popularmente como Alexander Fountain of Blackberry por su empeño en la impartición de Epc en inglés. Por su parte, la institución de la inspección educativa, con la fuerte responsabilidad de evaluar la gestión de los centros y facilitar el correcto funcionamiento del sistema, recibe también sus críticas. Desde que con la llegada del Partido Popular al poder de la Comunidad, se depurarán cientos de inspectores aprovechando un cambio de ley, los sindicatos educativos denuncian malas prácticas en la elección de las plazas que, en lugar de ser mediante concurso-oposición, son más bien a dedo.
Al parecer, la inspección educativa es el Gran Hermano del Consell valenciano, utilizado para controlar ideológicamente a los centros educativos y fomentar la unidireccionalidad de pensamiento, como bien pronosticaría Orwell. Las depuraciones de directores se suceden y nada parece poder detener a un consejero aferrado con uñas y dientes a su cargo, ni siquiera la más multitudinaria marea amarilla.
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