domingo, 1 de junio de 2008

Podría haberse evitado

Última semana de mayo. Dos obreros fallecen en las obras del Nuevo Mestalla, en la ciudad de Valencia, y otros dos resultan heridos, al desestabilizarse una de las plataformas, indebidamente colocada. Podría haberse evitado. La euforia sindical del 1º de mayo ya queda lejos, partió una vez más y su retorno no se producirá hasta dentro de un año. Esa es precisamente su débil fuerza: la fugacidad de las propuestas sindicales, convertidas en meras ilusiones en la utopía de una sociedad sin muertes laborales. Y es que, realmente, somos inconscientes de la cantidad de fallecimientos que provoca el terrorismo patronal. Auspiciados por las ansias infinitas y el fenómeno orgásmico de la posesión de cantidades avaras de dinero, los empresarios –que siguen existiendo, pese a que muchos prediquen todo lo contrario- eligen la mano de obra más barata y, por tanto, descalificada, que pueden encontrar en el ya de por sí precario mercado laboral. Como dioses, escogen a los afortunados que se jugarán la vida día tras día; una vida que se irá consumiendo ladrillo a ladrillo, a través de interminables jornadas laborales. En medio de una crisis económica planetaria, el empresario, ese lobo feroz a la búsqueda del máximo beneficio, trata de reducir costes a través de todas las pillerías posibles. Auténticos matasietes, dominan el arte de la embaucación y juegan a ser dios con la vida de gente indefensa, buena parte de ella migrante, además. Y es que ¿es ese el contrato que el conseller quiere imponernos a los valencianos a la fuerza? ¿Incluye ese contrato la necesidad de trabajar catorce horas diarias, a cambio de una miseria? Es incomprensible como el populismo del PP está acabando con la tolerancia hacia esos seres desposeídos, sin tierra, sin hogar, que huyen de ese fenómeno que no afecta a todos tan beneficiosamente como a nosotros: la globalización. Es inadmisible ser tan hipócritas cuando, sólo basta con salir a la calle para darse cuenta de que los migrantes están levantando el país, peldaño a peldaño. Están en cada obra, en cada esquina, sudando cual fieras indómitas ante su presa más añorada.

Otro hecho curioso es que, la misma semana de los dos muertos del Mestalla, comienzan a aparecer infinidad de noticias relacionadas con muertes de trabajadores por toda España. ¿Qué ocurre? ¿Por qué se silencian tanto este tipo de fallecimientos normalmente? No es necesario ser muy suspicaz como para saber los altos índices de mortaldad que se cobran numerosas obras. Todos tenemos algún conocido, familiar o vecino que ha muerto trabajando. Las compañías aseguradoras bien lo saben y, así, establecen una aproximación del número de obreros que pueden fallecer al término de una obra. ¿Cinco? ¿Diez? Quizás más. ¿Qué importa? Sobre esos cadáveres se edificará una nueva España, grande y libre. Las muertes son daños colaterales, hechos misteriosos que no empañan el crecimiento desmesurado y sin límites del capitalismo. El derecho al trabajo es tan necesario como el de la vivienda o el de la vida. Pero morir en el trabajo no es un derecho, es una gran putada, quizás la peor muerte que le pueda sacudir a uno. Las imágenes de varios videoaficionados captaron a las víctimas mortales del accidente del Mestalla trabajando a la 1 de la madrugada, pese al silencio al respecto de la televisión “pública” del País Valenciano. Por lo tanto, se podría haber evitado. La conclusión que saco de todo esto no es otra que la siguiente: mientras dediquemos un solo día a debatir sobre los problemas que aún a día de hoy afectan al mundo laboral, mientras en sólo una semana aparezcan en los periódicos más muertes que en todo el año, el estado de derecho no será más que eso: el derecho a morir a favor de los intereses de unos pocos.

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