Mucho habría que esperar para que las cosas mejoraran, puesto que la estructura de esta época iba mutando, pero siempre continuaba. Los déspotas monarcas se transformaron en empresarios, banqueros, ricos y, luego, burgueses. Todos ellos contribuyeron en su día a que el sistema siguiera en pie, y continuaron sometiendo a los trabajadores a interminables horarios laborales, cuando apareció el sistema capitalista de producción. En la diferencia de horas laborales con otras empresas es donde estaban los mayores beneficios, así que se empleaba una plusvalía absoluta, con el objetivo de extraer los mayores beneficios posibles de la producción. Hasta el siglo XX, no cambiará la situación. En este momento, los sindicatos ejercerán una gran labor presionando a los empresarios y poderosos, hasta lograr la jornada laboral de 8 horas. Todo un logro celebrado entre las masas obreras mundiales. Sin embargo, el capitalismo seguía necesitando producir para no morir, así que la plusvalía absoluta será reemplazada por la relativa, y los trabajadores, sustituidos por máquinas, que realizarán el mismo trabajo, pero en menos tiempos. El paro comenzó a instaurarse en la sociedad, y con él, el miedo de los trabajadores a desempeñar mal sus laborales.
Ayer, 10 de junio de 2008, la tan laureada Unión Europea, aprobó la jornada máxima laboral de 65 horas semanales, equivalente a trabajar 13 horas diarias. Como respuesta a la crisis, no es más que insuficiente, porque bien es sabido que ésta no se soluciona base de aumentar la producción descaradamente, de forma tozuda. La conclusión a la que han llegado un puñado de hombres poderosos trajeados es que las mujeres y hombres de hoy son capaces de aguantar más de la mitad del día trabajando. ¿Por qué no? Parece que volvemos a aquello de “trabajar dignifica”, aquellos viejos tiempos de la plusvalía absoluta y la inexistencia del tiempo libre. Debemos ser conscientes de que, en realidad, el trabajo surgió de la necesidad del propio hombre, y no de los que, con la excusa de ser ricos, le cargaron con la responsabilidad de trabajar el doble por los lo que no dan un palo al agua. Seamos conscientes, pues, de que trabajar es una carga, un peso nada superfluo que se nos impuso desde la edad media. Ahora, la moderna UE, esa organización sectaria con graves problemas de aporofobia, parece retroceder en cuanto a libertades se refiere: expulsión y maltrato a inmigrantes, privatización de la enseñanza con el sistema de Bolonia, auge de gobiernos fascistas… En fin, queda de manifiesto, como conclusión, que la globalización impone barreras, no las derriba. Es irónico el hecho de que, desde la caída de aquel muro famoso en 1989, han crecido muchos más por todo el mundo, que dificultan de forma alarmante las relaciones interpersonales y el auténtico objetivo de las personas: la autorrealización. Al parecer, retrocedemos como los cangrejos.
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