miércoles, 18 de junio de 2008
¡He dicho que no!
Los ciudadanos irlandeses han rechazado el tratado de Lisboa, tirando por los suelos todos los proyectos que los burócratas habían planificado desde Bruselas. Hay que ser ignorantes, pensarán algunos. ¿Cómo pueden dar la espalda a una Unión Europea que retiene inmigrantes durante casi un año, cuando no los expulsa, sin ninguna explicación? ¿Cómo es posible que digan no al aumento de burocracia que este nuevo tratado pretende imponer? ¿Cómo negarse a Bolonia, y al resto de privatizaciones que se nos avecinan? ¿Por qué no aceptar la jornada de 65 horas, aprobada por unanimidad en Bruselas? Ni si quiera están conformes en pertenecer a un continente que pretende imitar en todos los sentidos a Estados Unidos, ratificándose año tras año en una unión elitista, que discrimina a los países pobres y a la diversidad cultural. También se manifiestan como si tuviera algo que ver con los elevados costes del petróleo, o la influencia del Banco Mundial y la economía europea en la crisis mundial que nos azota. Qué ignorantes. No cabe duda de que por la cabeza del señor Sarkozy –presidente momentáneo de la UE- habrá pasado más de una vez la pregunta: ¿Qué sentido tiene someter a votación un Tratado? ¿Para qué sirve preguntar a la ciudadanía sobre algo, si son simples corazones sentimentales, que se dejan influenciar por cualquiera? Y es que, curiosamente, Irlanda ha sido el único país en el que el tratado de Lisboa se ha sometido a referéndum. Los demás países ni siquiera nos habíamos enterado de que nuestro Gobierno había aceptado tal acuerdo. Vivimos ajenos a los que nuestros gobernantes hacen o dejan de hacer, porque se supone que, una vez les hemos votados. Tienen cancha libre para hacer lo que les plazca con nuestras conciencias, al parecer inválidas y tullidas para decidir sobre otros asuntos trascendentales. Por ello, los hilos de los poderosos políticos europeos ya están tejiendo artimañas que menosprecien la libre voluntad del pueblo irlandés, y conviertan la crisis europea en un mero bache en el camino, cuyo ocultamiento es bien fácil con un poco de cemento duro. Los mismos gobernantes que usaron la demagogia más escabrosa para convencer a los ciudadanos europeos de que integrarse en la UE era el deber de todo “país de bien”, el camino lógico y natural que la democracia debía adoptar, no valoran la decisión tomada por los ciudadanos irlandeses, fruto de esa democracia por la que tanto predican, pese a que a la hora de la verdad, pocos son los que la utilizan en su significado etimológico. Porque si democracia significa “libre voluntad del pueblo para decidir”, no debería terminar esa relación entre pueblo y sistema en las urnas, sino que debería estar presente en todas y cada una de las decisiones de una comunidad. Sabemos las artimañas que todos los políticos se gastan con tal de que un puñado de fanáticos de la imagen les voten. Sabemos que esta democracia que la UE emplea es pura fachada, que esconde en realidad la búsqueda de los intereses de unos cuantos magnates y adustos ricachones de capa y espada. Por eso, la única democracia válida es la directa, tan sólo ella sería capaz de encaminar al ser humano hacia esos valores que desde su nacimiento persigue con tanto ahínco.
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