La primavera ya ha llegado, y con ella, la vegetación más recóndita comienza a florecer, a espaldas de lo que pueda ocurrir en el mundo. Año tras año, puntuales como clavos, las hojas de los árboles comienzan a aparecer, las amapolas florecen de la nada y algunos animales vuelven a nacer. Es curioso el cambio repentino que da la vida durante la primavera. Como si de algo estructural se tratara, todos revivimos en esta época del año: cuando recordamos el frío y oscuro invierno se nos ponen los pelos de punta e imaginamos lo desagradable que aquellas sensaciones producían. Ahora, con la brisa primaveral, comenzamos a quitarnos la ropa, a pensar de forma más lucida y, sobre todo, después de la frenética campaña electoral, a relajarnos más. El estrés de la vida cotidiana no es el mismo que se respira el resto del año, y todo parece mucho más llevadero. Mientras tanto, algunos siguen clamando por la escasez de agua. ¿Quién será el responsable de ello? ¿Es qué quizás no pensamos que podía ocurrir algo después del derroche inhumano de ella que hemos llevado a cabo? Mientras en Valencia –feudo pepero por excelencia-, el conseller de nosequé sigue injuriando en los manipulados informativos de canal 9 (dice que a nosotros nos hace más falta el agua que a Cataluña, cuando en tierras valencianas, a diferencia de en los Países Catalanes, nunca se han llevado a cabo cortes del suministro para racionalizar), los campos de golf afloran allá donde podemos imaginar el fragor primaveral más espectacular, centenares de fuentes con un chorro indefinido pueblan cada pueblo del país valenciano, sin mencionar las piscinas que de igual manera abundan en esos chalets tan necesarios (de las que seguramente se beneficien muchos políticos). ¿Transvase sí? ¿Transvase no? Poco importa, porque de igual forma, el agua será cada vez un bien más escaso, a la par que aumentarán las construcciones insolidarias e innecesarias. En pocos años, los árboles que florecen en primavera serán una especie en peligro de extinción, pocas flores tendrán el deseo de nacer en un mundo tan hipócrita como el nuestro, y los animales que despertaban de su letargo durante los meses de abril, pensarán en aquella célebre (y falsa) frase de Groucho March: “perdonen que no me levante”.
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