Resulta increíble que frente a los enojosos resultados que del sistema educativo español lanzó el informe PISA, el señor Mariano Rajoy proponga una educación basada en la mano dura que a tantos niños afectó durante el franquismo, fomentando actitudes tan sórdidas como el machismo, la culpa perpetua o el odio, que aún hoy se siguen arrastrando. Sin embargo, es lógico que el actual modelo tampoco es el mejor. ¿Cuál es la solución? Cabe citar al respecto unas palabras del visionario y libertario Francisco Ferrer, que fundó la primera Escuela Moderna en Barcelona en el año 1901: “La educación de un hombre no consiste meramente en adiestrar su inteligencia, dejando a un lado su corazón y su voluntad. El hombre, a pesar de la variedad de sus funciones, forma un todo. Presenta varias facetas, pero en el fondo es una energía única que discierne, ama y ejerce su voluntad”. Este filósofo anarquista promulgó una escuela mucho más igualitaria y avanzada a la que a día de hoy, un siglo más tarde, domina el enseñamiento de los niños y niñas del mundo. Proyectó establecer un plan de estudios basado en las ciencias naturales y en un racionalismo moral, en el que los alumnos recibían una instrucción científica, pero se eliminaban las notas, los exámenes, los premios y en general todo rasgo de competitividad, de coacción o de humillación. En una época en que en los colegios religiosos se obligaba a los alumnos a ponerse de rodillas como penitentes para recibir un castigo físico, la Escuela Moderna advertía a los maestros que debían abstenerse de infligir castigos a sus alumnos. La enseñanza se basaba exclusivamente en la libre voluntad espontánea de los estudiantes para adquirir conocimientos y en la adecuación del ritmo de este aprendizaje a la propia marcha de los alumnos. El propósito de la escuela era fomentar en ellos una rigurosa hostilidad hacia el prejuicio, para así desarrollar inteligencias sólidas, capaces de formarse unas convicciones propias y razonadas respecto a cualquier materia. Una de las tareas más importantes de la Escuela Moderna, recalcaba Ferrer, consistía en reforzar esta unidad y desterrar las creencias que postulaban la dualidad de caracteres en el ser humano: uno que aprecia la verdad y el bien, y otro que ambiciona el mal. La escuela misma debía ser
un microcosmos que integrara los diferentes aspectos y personalidades del mundo real. Si España se considera un país tan democrático y avanzado, necesita hombre y mujeres adaptados a ese sistema y, por tanto, una Escuela Moderna que los forme por y para la libertad, a través del conocimiento.
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