Al alcanzar la mayoría de edad, los 18 años, se produjo una eclosión tal en el interior de su cuerpo, que resonó a miles de kilómetros de distancia. Como una mordedura de avispa, notó como, de repente, la madurez se le inyectaba poco a poco por vena intravenosa. Buenos culpables de la situación eran los libros, objetos que siempre le habían gustado, sí, pero a los que nunca les había sacado el jugo que debían. Antes, los leía. Ahora, los devoraba, como si el universo fuera a destruirse si no lo hiciera.
El inicio se produjo tras la lectura de un libro del filósofo Kropotkin, La conquista del pan, que había caído en sus manos casi por casualidad, y que, sólo por curiosidad, se atrevió a leer. Lo terminó en tres días, y le pareció la mejor literatura que había leído nunca. Al mismo tiempo, experimentó una extraña sensación, como si despertara de un sueño en el que había quedado atrapado durante los últimos dieciocho años, sin tener la más mínima sospecha. En ese preciso momento, al leer la palabra FIN en el libro de Kropotkin, su mente se desconectó del mundo feliz y complaciente en el que se había acostumbrado a vivir y despertó en uno nuevo, completamente diferente, mucho más crítico y dual, donde nada es lo que parece. Su nueva filosofía era la de el darse cuenta: se dio cuenta de tantas cosas que, hasta la fecha, quizás por ignorancia o por no querer saber, desconocía, que todo un horizonte completamente nuevo se abrió ante el resplandor celestial de su mente.
Tras Bakunin, siguió con teóricos, como Kropotkin. Marx, Engels, Chomsky o Camus comenzaron a formar parte de su recién descubierto universo. Junto a ellos compartió cosas que no había compartido con ninguna de las personas que había estado hasta la fecha. Siguió dándose cuenta, y les deseó como nunca a nadie había deseado. Llegó un punto en el que su existencia era posible sólo gracias a ellos, ese punto que le llevaba a despreciar a todo lo relacionado con el mundo que había dejado atrás. Ahora sólo le interesaba el nuevo, el que se escondía entre las páginas de papel de cientos y cientos de libros aún sin estrenar.
Una cosa llevó a otra, la causa a su efecto, y, con el paso del tiempo, descubrió en el movimiento libertario su compañero más fiel, su salvación para salir del atolladero en el que se hallaba inmerso. Veía en la lucha libertaria la única manera de acabar con la represión diaria en la que se había convertido la vida para tanta gente. Se afilió a las Juventudes Libertarias, y en ellas luchó por un mundo mejor, donde la libertad fuera el principal objetivo. Pero no la libertad que preconizaban en la democracia, con multitud de acuerdos y contratos de obligado cumplimiento, sino la libertad sin límites. Esa en la que el único contrato posible era el respeto y el amor entre cada uno de los seres humanos de la sociedad. Luchó contra la precariedad laboral, contra los burgueses explotadores, cubiertos de fortuna mientras buena parte del planeta se muere de hambre. Luchó por salvar la naturaleza en un planeta que la había olvidado desde el momento en el que el hombre se hizo hombre.
Bien es cierto que todo esto fue posible gracias a la gran cantidad de tiempo de la que disponía. Era estudiante de filosofía, y la facultad tan sólo le robaba unas cuatro o cinco horas diarias. El resto del tiempo, su cabeza divagaba y su mente se fundía con la de decenas de jóvenes que, como él, dedicaban su vida al movimiento y a la lucha diaria.
Sin embargo, con la llegada del segundo curso de la facultad, todo volvió a cambiar de nuevo. Sus ingresos se habían agotado por completo y se vio obligado a buscar un trabajo a tiempo parcial. Las horas dedicadas al pensamiento se esfumaron y fueron ocupadas por la labor ocupacional. Tuvo que abandonar las Juventudes Libertarias y su contacto con los otros jóvenes libertarios se vio mermado hasta quedar anulado casi por completo.
Ahora sigue trabajando todo el tiempo que no está en la universidad. El trabajo, como un fiel esbirro del capitalismo, acudió hasta su presencia con el objetivo de que disintiera de toda crítica contra el sistema y, en cierto modo, lo ha conseguido. Como uno más, ahora cotiza en la seguridad socia y cobra su salario mensual, que espera con ansias para pagarse algunos de sus caprichos, como su última adquisición, una televisión de plasma, desde la que vivirá con pasión los partidos de su equipo favorito.
miércoles, 30 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Me ha encantado y sorprendido lo que he leído. Me pasó algo parecido, y encontré un "vehículo" para canalizar tanta curiosidad existencial sin enloquecer, o más bien, enloqueciendo sin que ello me hiciese sufrir -> Zazen.
Creo que has sido muy valiente.
Los pensamientos estan muy bien, nos ayudan a desenvolvernos en este mundo, pero solo son eso...pensamientos. Existe una REALIDAD con mayusculas, la pastilla roja
Publicar un comentario