viernes, 18 de abril de 2008

Símbolos

El otro día, en un concierto, me di cuenta de cuan importante resulta un símbolo, y di constancia de la afirmación un gesto puede valer más que mil palabras. Cuando, al final de todas las canciones, o a mitad, o incluso al principio, la gente alzaba su puño, el tiempo se detenía y transportaba a los asistentes a otra dimensión, a otro mundo diferente; más justo, más igualitario, en el que todos éramos camaradas y compinches. Del fragor de la calurosa bienvenida al grupo hasta la última de sus canciones, desde el minuto 0 hasta el 200, todo era una compenetración máxima, un rito mágico entre público y músicos, nada comparable a ningún otro ritual o ceremonia religiosa. Los planetas se alineaban, los polos eclosionaban cuando, inevitablemente, nos sorprendíamos con el puño izquierdo levantado bien alto, cuanto más mejor.
Es curioso como los símbolos y las consignas pueden despertar a las masas de su aburrido letargo y llevarlas a conquistar el poder. Cuando ocurrió la revolución rusa, gran parte del éxito se había debido al conocido lema de Lenin: “Tierra, pan y trabajo”. La interiorización de este tipo de emblemas es tal que toda religión, asociación o grupo de amigos debe tener unos cuantos para afianzar su camaradería. Mientras algunos se esfuerzan por hablar y hablar sin parar, hay veces que con una simple señal se puede persuadir a alguien para que haga algo impresionante. Muchos han sido los seductores y seductoras que han conquistado a decenas de amantes con un simple movimiento de labios, o unos simples toqueteos aquí o allá. Seguramente, bastaría un gesto del presidente George Bush para que medio planeta se viera seriamente amenazado.
El puño levantado en alto como signo de revitalización del poder obrero -resultado de cerrarle la mano a los fascistas- es uno más, de los centenares que existen. Muy diferentes los unos de los otros, no debemos caer en el error de que éstos se conviertan en el opio del pueblo, sea de derechas o de izquierdas, puesto que, en el fondo, los símbolos no son nada más que eso, símbolos; independientemente de que ericen la piel más dura o despierten a las masas, nadie debería guiarse ciegamente por ellos: hay que saber diferenciarlos y, sobre todo, comprender que éstos no están eximidos de la manipulación de los más aprovechados. Por eso, debemos diferenciar el significante del significado, la persona que lo lleva a cabo y el contexto en el que se realiza, y digerirlos en frío, con la conciencia bien tranquila, si no queremos vernos envueltos en algún desagradable malentendido.

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