Una vez más, la justicia se ha puesto de parte de los poderosos, incumpliendo su supuesta parcialidad, y ha terminado por arrollar las esperanzas de los vecinos que intentaban salvar sus casas en la plataforma Salvem el Cabanyal. Como ya ocurrió hace unos años con la zona de La Punta, el emblemático barrio valenciano del Cabanyal será destruido para una ampliación del puerto. Los valencianos, que dieron su voto a esa destructora medioambiental llamada Rita Barberá, verán compensadas sus ansias de ver a su ciudad como la más bella del mundo, aunque sólo sea en apariencia.
De poco importa el título que se ganó el barrió como patrimonio cultural e histórico; los jueces -casi todos conservadores- del tribunal supremo han desestimado esa apreciación, y dan un nuevo paso atrás para la destrucción social que el capitalismo promueve. No importa el interior, las gentes que se irán a la calle, perdiendo la casa en la que siempre han vivido; sino lo bonita que puede quedar una determinada zona para atraer el turismo. Despiadado como nadie, el estado les arranca lo que con tanto esfuerzo han intentado llevar hacia delante, a pesar de las medidas del Ayuntamiento, según las cuales los vecinos del Cabanyal no podían efectuar obras para remodelar sus casas. Si alguien tiene la culpa del deterioro del barrio, esa es Rita Barberá, y nadie más. Como ocurrió con el elitista hotel que instalaron las Koplovitch bien cerca –inicialmente destinado a la construcción de una piscina municipal- o el incendio de la casa okupa La Pilona, nada han podido hacer los vecinos para salvar su dignidad, sus derechos y sus casas. Tampoco ha contribuido mucho la oposición, pues no está del todo claro que quede bien ante sus electores apoyar el mantenimiento de un barrio marginal, sobre todo en un PSOE y una Izquierda Unida masacrados interiormente.
Quizás, tan ignorantemente, los peperos valencianos piensen que les hacen un favor a las familias que viven en el barrio, pero en lugar de lamentarse por su pobreza habría que preguntarse cómo han llegando a esa situación, el por qué de una pobreza que sacude cada metro de la capital valenciana, pese a que muchos intenten negarlo. Tampoco contribuyó mucho al movimiento de los vecinos el reportaje de Callejeros dedicado a la zona histórica, sólo empeñado en mostrar la parte más freak del vecindario.
El Cabanyal tiene fecha de caducidad, pero el espíritu debe seguir vivo. Alguien debe oponerse a las manipulaciones con las que día a día nos embelesan los políticos y los medios de comunicación: muy cautivadores en el cara a cara pero despiadados a nuestras espaldas. Salvemos nuestra dignidad, salvemos nuestros cerebros.
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