viernes, 12 de noviembre de 2010

Un cuerdo en un mundo de locos



Visita papal. Menos afluencia de la esperada. Declaraciones incendiarias de Benedicto XVI acerca del excesivo laicismo español. Nuestros gobernantes callan como sólo callan quienes esconden un secreto. Un secreto que no es otro que la Ley de Libertad Religiosa, esa que tanto claman las organizaciones cívicas, las que abogan por una verdadera desconexión Iglesia-Estado. Pero la ley está en el cajón de Zapatero, como tantas otros derechos sociales que se han quedado por el camino de su legislatura. Los españolitos estamos hechos unos ateos. Hoy no andamos quemando iglesias y persiguiendo a los curas, como cuando los fascistas se sublevaron aquel julio de 1936, pero casi. Al menos eso es lo que insinúa el santo padre, ex oficial de las SS nazis. Olvida, o parece olvidar, que si de algo se sustenta la corporación eclesiástica en España es de las cuentas públicas: un 93% de su financiación corresponde a los impuestos de la gente de a pie.

El Papa se va y deja tras de sí un reguero de millones públicos destinados a que su visita goce de un colorido acorde a su evangélica visión. Al día siguiente, estalla el conflicto. Otra de las promesas del cajón, la descolonización del Sáhara, un territorio que hierve como una olla a presión y que termina por estallar. Marruecos aprovecha la distracción internacional para deshabilitar por la fuerza el campamento de El Aaiún. Cerrojazo informativo a los medios mundiales –sobre todo españoles, especialmente críticos- y desinformación masiva del gobierno dictatorial marroquí. Se habla de decenas de víctimas saharauis y de una persecución al más puro estilo de la filosofía nazi. La comunidad internacional mira hacia otro lado. Fracasa una vez más la burocracia de la ONU y decepciona España. Trinidad Jiménez tiene las manos manchadas de sangre. Elude la deuda histórica con los territorios saharauis ocupados y, a modo de avestruz, esconde la cabeza bajo el suelo ante las dificultades.

Una vez más, la crisis demuestra que priman los intereses comerciales a los derechos humanos. ¿Cuánto habría tardado el gobierno español en condenar los hechos si provenieran de países como Cuba o Venezuela? Con Marruecos es diferente, pese a que viole sistemáticamente las reglas del juego, se debe ser más permisivo. Hipocresía a raudales. El gobierno no duda en reclamar a la izquierda abertzale una condena rotunda del terrorismo. Sin embargo, cuando se trata de los asuntos propios, todo cambia. La diplomacia ante todo. Y nuestro rey borbón, de safari por Emiratos Árabes. ¿Habrá tenido ocasión para comentar con su amigo Mohammed VI la crisis con el Sáhara?

Volviendo al “problema vasco”. Jamás había visto a un político de la talla de Jesús Eguiguren, presidente del PSOE vasco. En un mundo repleto de corruptelas, hipocresía y escasa transparencia, la aparición de gente como Eguiguren es acogida por escepticismo entre los medios españoles. Es el ejemplo perfecto de oveja descarriada, de disidente lapidado por ejercer la honestidad y los valores que bien quisiéramos para todos los políticos. Pone en evidencia la rígida disciplina de partido –la misma que hace dormitar los jalones de la democracia- y lanza verdades indiscriminadas que salpican los mismos cimientos de la adormecida sociedad. A los medios y al resto de políticos les incómoda su figura. No saben como actuar ante alguien que se aleja del esquema preestablecido, de ese tablero de ajedrez donde cada bando está perfectamente delimitado bajo una etiqueta calramente identificable. Donde los buenos son los buenos y los malos son los malos. En ese mundo, Eguiguren pone rostro a los terroristas, habla con Josu Ternera de asuntos comunes y nos arroja a la cara algo que nos pone la piel de gallina: los terroristas no son esos monstruos deshumanizados que nos mostraban en la tele; son personas, como nosotros, y reconocerlo es un paso fundamental para avanzar hacia la definitiva solución dialogada y consensuada.

Hay que aceptarlo. ETA se acaba. Negarlo es negar una evidencia. Los partidos no pueden pretender seguir manteniendo una tesis de la que han estado sacando rédito electoral durante muchos años. Ahora toca reformar la ley de partidos y dejar entrar a todas las formas democráticas para que compitan en igualdad de condiciones. Algo que, por desgracia, no se da a día de hoy.

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