sábado, 2 de enero de 2010

Ellos no son los héroes

Resulta paradójico que el sector empresarial sea quizás el que mejor parado esté saliendo de la lluvia de palos por parte de la opinión pública, con la crisis económica. Sindicatos, Gobierno (personalizando siempre en la figura de ZP) e incluso lxs trabajadorxs, sin embargo, no se libran de los azotes. Con varias personas he dialogado sobre el tema, creando una especie de quién es quién en la crisis económica, y siempre tienen inconvenientes a la hora de criticar la actitud de la clase empresarial, por el simple hecho de que crean riqueza. ¿Crean riqueza? Esa es la justificación que hayan los medios, la patronal y parte de la sociedad para sacralizar a lxs empresarixs. Con ello se consigue el propósito que la clase burguesa lleva persiguiendo desde tiempos inmemoriales: la aceptación de la sumisión de lxs dominados frente a lxs dominantes.

¿Cuál ha sido el trayecto histórico que se ha seguido para terminar haciendo la ola a la patronal, cuándo en los años 50 todavía eran lxs obrerxs lxs héroes y la clase empresarial el gran objetivo a batir? Quizás todo venga de la implantación del Estado del Bienestar, un nuevo modelo que generó de repente el pleno empleo estable, un largo período de crecimiento sostenido y fantasioso. Pero luego llegó la caída. La crisis del 73 dejó en evidencia que se había llegado a una sobreproducción con el modelo fondista de los 50 y 60 y los beneficios empresariales se desplomaron. Así llegamos a los años 80, cuando se imponen las políticas neoliberales que marcan lo que se llamó “el rejuvenecimiento del capitalismo”, con la orientación de los beneficios no en la reinversión productiva, sino en las inversiones rentables pero inseguras (financieras o inmobiliarias).

Pero el verdadero cambio se produjo en las condiciones laborales. El Estatuto de los Trabajadores, firmado por las patronales en 1984, abrió el camino a la precariedad laboral de hoy. Flexibilidad, diversificación y auge de los trabajos temporales: un tridente demoníaco que pasó a engrosar las colas del desempleo. Esa pérdida de empleos se agravó, además, con la terciarización de la sociedad (trabajos desarrollados por máquinas) y la deslocalización de buena parte de la producción a países con mano de obra barata. La incertidumbre y el riesgo laboral a perder el empleo (que ya casi nunca es de larga duración) marca la psicología de una nueva generación que, preocupada por perder su puesto de trabajo, debe competir ferozmente con otrxs.

Además, poco a poco la clase empresarial y la ideología del libre mercado ha ido ganando terreno a la lucha sindical, convertida ahora en una lucha residual. El nuevo orden laboral no es colectivo, sino que nos lleva a percibir el trabajo de manera individualizante, lo que conllevó a la lógica desestructuración de la ideología sindical. Nos hicieron creer que todo estaba ganado y, cuando nos dimos cuenta de que no era así, ya era demasiado tarde para reactivar el sindicalismo, que ahora vaga moribundo. Lo que hay que recordar –parece que nadie lo hace- es que es el/la trabajador/a el/la que vende su fuerza de trabajo. El empresario no es el “crea riqueza”, sino el trabajador, con la obra de sus manos. Pero el empresario sólo mira por su propio interés, nada le importa dónde vaya a parar el trabajador si su empresa quiebra. Además, la relación entre ambos es casi inexistente hoy en día, puesto que gran parte de las empresas ya trabajan en modelos donde no existe relación cara/cara empresario-trabajador.

Ahora el capitalismo ha vuelto a entrar en crisis. Los parches se agotan, porque está demostrado que las bruscas recesiones son inevitables. Rejuvenecer de nuevo un sistema económico que está degradado y pasado de fecha es imposible. Las condiciones laborales no mejoran y los jóvenes tenemos cada vez más dificultades para encontrar empleo. Resucitemos, pues, unas palabras de uno de los sindicalistas más aclamados de la historia: Buenaventura Durruti, que dijo en un monumental discurso, poco antes de morir: “Al capitalismo no se le reforma, sino que se le destruye, porque fascismo y capitalismo son una misma cosa”. Queda mucho que hacer para evitar nuevos recortes en los derechos de lxs trabajadorxs. Una nueva reforma laboral planea y las ansías de la CEOE (con un presidente decrepito y corrupto como cabeza de cartel) por conseguir el despido libre y fomentar los ERE’S no parece tener detención.

Recuperemos, pues, el espíritu de antaño. Tomemos conciencia de que la producción es obra del trabajador. Así en Telemadrid no podrán comparar las manifestaciones sindicales con las de un franquismo que añoran demasiado. De esa forma, sólo de esa forma, los medios conservadores no podrán criticar al obrero que se lanza a la calle para repudiar una situación dónde es el peor parado (recordemos que buena parte de los empresarios gana más en crisis que fuera de ella).

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