martes, 12 de enero de 2010

Centenario cenetista: 100 años tras las barricadas



Con la promesa de emancipación más vigente que nunca, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) cumple 100 años. Tras un siglo de luchas detrás de las barricadas, parece que no está el patio para celebraciones. Al declive generalizado de los valores sindicalistas tras la flexibilización impuesta por las reformas laborales, cabe sumar un proceso endémico de desestructuración que, a lo largo de los años, ha sufrido el movimiento anarcosindicalista. Lejos están aquellas cifras de más de dos millones de afiliados alcanzadas por la CNT en 1937. Hoy, como consecuencia de esa degradación y los continuos movimientos de criminalización del movimiento libertario, el número de afiliados es mucho menor, incluso sumando los números de la CGT (sección escindida hace años de la CNT y hoy mayoritaria).

Pero si por algo se ha caracterizado el movimiento anarconsindicalista (sobre todo el protagonizado por la CNT) es por huir de las cifras. Sobradamente conocida es su actitud de no admitir subvenciones estatales, por el componente de servilismo que sus miembros entienden al que va asociado. La CGT, por su parte, sí que las acepta, en una acción que puede ser más o menos reprochada, pero que obtiene sus frutos en unas campañas mucho más elaboradas y una mayor presencia social en el panorama sindical español. Aún así, quizás es cierto que esa división en las filas libertarias no haga más que profundizar en la desmembración de un movimiento que hace años que se percibe como individualizante por parte de muchos, sobre todo en los jóvenes. Y eso que hoy hay más reivindicaciones que reclamar que nunca. Hoy, que la patronal amenaza con el despido libre y los ERE se multiplican en las grandes empresas. Hoy, en 2010, 100 años después de la fundación de la CNT, cuando casi 5 millones de parados/as suman las listas del paro. Hoy, fecha en la que los sindicatos mayoritarios, fieles corderos del poder económico, dan su brazo a torcer por las subvenciones del PSOE y la succión de las arcas del Estado.

Pero, quizás, al movimiento libertario, le sobra pesimismo. A lo mejor la utopía es percibida como demasiado utópica. Y nada lo es cuando pueden ponerse medios para llevarlo a cabo, como decía Horckheimer. Quizás quepa recordar los grandes logros del anarcosindicalismo en este país. A lo mejor sea hora de rememorar aquellos tiempos en los que la revolución libertaria estuvo a punto de triunfar en territorio español. Aquellos años en los que las tierras eran para el que las trabajaba y las colectivizaciones daban trabajo a cientos de personas. Aquellos años, en los que, como bien demuestra el documental «Vivir la utopía», la mujer dejó de ser esclava para convertirse en herramienta fundamental en la retaguardia republicana. Aquellos días de la guerra, en los que los Ateneos Libertarios, claves en la difusión de la cultura libre, florecían libres por todos los puntos de la geografía estatal. Qué tiempos aquellos, en los que a punto estuvieron los anarcosindicalistas de conseguir su sueño: el de ver materializada La Idea que, en 1868, Fannelli importó, consistente en el logro supremo de la emancipación laboral y humana como único paso hacia la justicia, la solidaridad y la libertad.

Pocos/as son los que quieren recordar todos aquellos logros del anarcosindicalismo. Y muchos/as los que siguen criminalizarlo, culpando al movimiento libertario de rémora para ganar la guerra. Únicamente se le identifica con la quema de Iglesias, con la muerte de inocentes, con la indisciplina y la expropiación continuada de los bienes burgueses. Todos los extremos se tocan, dirán los más asiduos a las frases incoherentes y simplonas. A ellos/as sólo cabe decirles que aquellos fueron sucesos desagradables. Pero nunca fenómenos que tuvieron su raíz en el anarconsindicalismo, fiel precursor de ideales pacifistas y antimilitaristas. Una guerra es una guerra, y en la defensa de la libertad y la justicia pueden hacerse las mayores atrocidades, cuando se siente el odio y la rabia contra todo aquello que impulsó el levantamiento fascista del 18 de julio de 1936. Burguesía, Ejército, Iglesia y Poder político (encarnado en la CEDA y otros partidos conservadores). Esa era la combinación más macabra por entonces y hacia la que se dirigieron todos los ataques, porque en ellos se había engendrado una guerra fruto de la intolerancia hacia los avances de la República. Nunca cabe justificar todos los ataques, pero sí comprenderlos. Fueron individuos movidos por el dolor, y nunca sindicatos o colectivos, los que los promovieron.

Luego vino la cruenta guerra y la infinita posguerra. Los anarquistas tuvieron que soportar los embistes provinentes de varios frentes. Por un lado, el ejército fascista, comandado por un enano intransigente de nombre poco pertinaz para el caso. Por el otro, un ataque más doloroso, porque suponía la traición. La traición a los ideales revolucionarios, procedentes de las estrategias sectarias del Partido Comunista. Ellos fueron los culpables de que se perdiera la guerra. Ellos debilitaron la defensa de la República, ellos y sus checas, en las que murieron decenas de libertarios/as. Ellos y sus tácticas contrarrevolucionarias. Ellos, que ahora son los bien parados de todo el proceso.
Ellos, que provocaron los sucesos sangrientos de mayo del 38, sin duda definitorios de final de la contienda civil. Tantos anarquistas murieron, tantos fueron asesinados por unos y por otros, que el movimiento devino de la noche a la mañana en un conglomerado de escasos supervivientes.

Y luego vino la dictadura. Todos los logros machacados, y la CNT, condenada al exilio. La primera oportunidad fue en vano, pero no por ello cabe perder la esperanza. El anarcosindicalismo sigue trabajando duro, con orgullo, dignidad y varios frentes abiertos de lucha al margen del sistema capitalista. Sólo cabe seguir profundizando en esas brechas y desear fervientemente que la CNT dure otros cien años más al pie de las barricadas.

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