martes, 27 de octubre de 2009
La debacle de la industria cultural
Con la liberación de las masas oprimidas que ya preconizó Ortega y Gasset en su día, se abrió un mundo de posibilidades para el capitalismo, donde la cultura, convertida en mercancía, podía ser comprada y vendida a cambio de sustanciosos beneficios para editoriales y discográficas variadas. Nació así la denominada industria cultural, un término que puede semejar antagónico a primera vista, pero que ha generado importantes cantidades de dinero y artistas más o menos frustrados y continuistas en los top de este país. Hubo una época de auténtico boom en la que todo funcionaba: los libros se vendían, los discos más aún y las películas se veían en los cines. Productores, editores y discográficas se frotaban las manos y llenaban sus bolsillos con la creatividad de otros.
Sin embargo, llegó un invento que terminaría convirtiéndose en un auténtico lastre para la industria cultural: internet. La masa comenzó a descargarse los discos, las películas e incluso los textos de sus autores favoritos. Con un solo clic podían acceder a ellos sin tener que prescindir de las altas cantidades de dinero a las que habían comenzado a ascender las obras culturales. Sobre todo, el público adolescente (del que más se nutre este tipo de industria), carente del dinero que la precariedad laboral no puede suministrarle (sueldos bajos, dificultad de conseguir trabajo a largo plazo, estudios, etc.), comenzó a bajárselo todo –literalmente- de la red. Precisamente la generación que creció con la creencia de que lo podía tener todo, se topó con que eso realmente es así en Internet. El fluido de canciones y películas satura los servidores y, pese a que el consumo es hoy más grande que nunca, la asistencia a las salas y la venta de discos sigue cayendo en picado.
Ante tal descenso de beneficios, las discográficas han comenzado a ahogar a los autores con tasas irrisorias, maltratos psicológicos y robo de la propiedad intelectual de sus obras. Al mismo tiempo, las editoriales se aprietan el cinturón y, además de hacer lo propio con los escritores de mayor renombre, han cerrado el mercado a cal y canto a las nuevas promesas. Y lo mismo en el cine: la carencia de audiencia va en paralelo a la carencia de ideas y de buenas producciones. El resultado: un estrangulamiento aún mayor del mercado cultural, todavía más prostituido por aquellos a quienes poco les importan los beneficios intelectuales de la cultura. ¿Cuántos grupos valencianos pueden darse a conocer hoy en día, tan escasas como andan las subvenciones?
Pero hay más. Ante la crisis, algunas editoriales están poniendo en práctica métodos fraudulentos para engañar a los escritores noveles, ansiosos de ver sus obras impresas. Me contaba un amigo el otro día que, tras acabar su novela, mandó un manuscrito a cierta editorial que, al cabo de pocos días, le sorprendió anunciándole que estaban dispuestos a publicar su obra. Tal fue su entusiasmo que, en el momento, fue incapaz de pensar racionalmente y extrañarse por la rapidez de la editorial y su respuesta afirmativa. Sin embargo, pronto le llegó un correo electrónico con el contrato que, en letra pequeña, estipulaba las condiciones: mi amigo, como autor, debía pagar 5.000 euros para que la obra se publicara y los beneficios los obtendría si vendía 200 ejemplares él mismo. Así es como se trata a los autores hoy en día, menospreciando su esfuerzo y aprovechándose de sus ilusiones.
Ante tal debacle estructural, los verdaderos artistas han optado por independizarse de sus discográficas o casas editoriales. La decisión de abandonar el sistema es difícil, entraña riesgos, pero hoy por hoy resulta la única vía factible para poder efectuar tu trabajo en base a tus verdaderas convicciones. Conscientes los grupos de que sus beneficios reales se hallan en los conciertos, optan por regalar sus grabaciones o, simplemente, colgarlas en la red. Así, cualquiera puede tener un grupo, grabar en un estudio sus canciones y distribuirlas a un precio módico, donde no hay intermediarios de por medio. Realmente, la cultura para las masas se está convirtiendo en cultura hecha por las masas, lo cual es bueno, porque aumenta la participación y la lucidez global.
Las ansias incontroladas de las discográficas por chupar la sangre de los artistas a su servicio les ha llevado a una situación que prevé una más que segura desaparición del mercado en pocos años. Se lo tienen merecido. Decenas de escritores están haciendo lo mismo en Internet, a través de páginas como Lulú o Bubok, donde pueden autoproducirse sus obras. El esfuerzo es mucho mayor, pero puede verse recompensado con la idea de que se está actuando de manera autónoma y fiel, con el sudor de su propia frente. Es así como la autogestión se está convirtiendo, poco a poco, en la forma más eficaz para poder sobrevivir haciendo lo que a uno le gusta. Algo que, tratándose de la cultura, es además un camino útil para la autorrealización personal.
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