miércoles, 7 de octubre de 2009
Estado de sitio en Llanera
Hace unos días me acerqué por Llanera junto a unos amigos con el objetivo de ofrecer a sus vecinos la información que las autoridades les niegan sobre las posibles consecuencias del macrovertedero que albergará con toda probabilidad. La mayoría de sus habitantes las recibía con gesto de agradecimiento, al mismo tiempo que reconocía esa carencia de conocimiento del futuro proyecto. Otros advertían de la temeridad que suponía repartir los folletos en cuestión. En todo el municipio, tan sólo en una casa se opusieron a recibir los pasquines. Y sus inquilinos eran, verdaderamente, el ejemplo perfecto de la mala educación. Aceptaban el hecho de ser partidarios del megabasurero por el hecho de recibir el dinero que Llanera se lleva a cambio, sin importarles que otros muchos pueblos estén también perjudicados y no vean ni un duro. Unas opiniones que parecen coincidir a la perfección con las de su alcalde.
Tampoco parecía ser un inconveniente para ellos razonar con nosotros mientras masticaban con la boca lo más abierta posible el bocadillo de tortilla, o con gritos de menosprecio. Una actitud chulesca que les llevó a la conclusión de que lo que pensaban era cierto “porque lo digo yo”. El sí por que sí es algo muy propio de la gente que se encierra en sí misma, negándose a recibir información para justificar sus propias afirmaciones. Cuando la conversación degeneró en una apología del franquismo por parte de los tres hombres y una mujer en cuestión, decidimos que era momento de abandonarlos a su suerte. “Cuando Franco había más seguridad” creo que fue la última frase que escuchamos, después de que un compañero les dijera que su abuelo había muerto fusilado y uno de ellos le respondiera: “algo habría hecho”.
Pues algo habrá hecho alguien para que exista un movimiento cívico tan grande como el que existe en oposición al macrovertedero. Basta un recorrido rápido por la zona afectada por el mismo para comprobar como balcón sí, balcón no, hay banderas que así lo atestiguan. En la calle principal de Anna, por ejemplo, a penas hay viviendas que no denuncien la situación, algo que es totalmente impensable para otros temas sobre los que la opinión pública suele estar mucho más dividida. Motor de canalización de esa oposición son también las múltiples manifestaciones que se han ido sucediendo en los últimos meses, pese al continuo pasotismo institucional y mediático (bendito será el día en que la televisión pública valenciana aparezca en alguna).
El festival del sábado pasado fue otra muestra de esa subversión existente en nuestras comarcas. Pequeños pueblos que quieren dejar de ser el cuarto trastero y reivindican su capacidad de decisión, contraria a veces a lo que deciden los mandamases de las grandes ciudades en sus enormes despachos presidenciales, a pesar del miedo que se trata de imponer desde arriba, patentado, por ejemplo, con la sanción impuesta a una vecina de Rotglà por el simple hecho de manifestarse contra el abocador.
Volviendo a Llanera, que muchos creemos que sigue siendo una piedra angular en el progreso del movimiento cívico, sus vecinos deben dejar el silencio impuesto desde el ayuntamiento, olvidar el miedo y reunir una asamblea informativa que tenga un calado significativo entre su población. Se comenta que muchos vecinos creen poder perder el empleo y algunas amistades o familiares si se oponen a la construcción del vertedero. A ellos hay que decirles que, en ese caso, prefieren el dinero a la injusticia que recae sobre muchos. Los vecinos deben asociarse si quieren tener una influencia verdadera sobre el poder, que ha decidido prescindir de ellos. Si están unidos y demandan un referéndum, una vuelta de tuerca al proceso podría ser posible. De lo contrario, su alcalde haría honor a la ideología sospechosa que le delata por mantener una plaza llamada “del Caudillo”. Una vergüenza que hace cuadrar todas las piezas del eterno rompecabezas.
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