miércoles, 11 de febrero de 2009

Daños colaterales


Alarma social. Enaltecimiento del terrorismo. Son términos escuchados a diario por los medios de comunicación, esos inductores narcóticos manejados por las instituciones para poder ejercer el poder factiblemente. De ellos deducimos que las masas somos consideradas como un ente amorfo y abstracto, incapaz de gobernarse a sí mismo y de controlar sus impulsos. Por ello, se nos trata como a objetos fácilmente manipulables, bajo la creencia de que, un acto terrorista o propagandístico en contra del orden establecido, puede desatar una oleada revolucionaria que acabe con el poder. Para ello, se crean leyes que condenen a los indeseables que propugnan tales consignas, con el fin de que la sociedad siga anclada en los dictámenes que emanan de las instituciones de poder ideológico, canalizados a través de los medios.

Asistimos en estos últimos días al expolio definitivo de algunas formaciones de Euskal Herria, condenadas al ostracismo más impositivo por parte de las cúpulas del gobierno y su brazo judicial, donde se supone que debe residir la soberanía, que es la soberanía nacional. Pero caemos aquí en una falacia, porque, ilegalizando a D3M y Askatasuna se comete un error de cálculo. A saber, un déficit democrático y una violación de la soberanía, al obviar la decisión de más de tres millones de personas que, abertzales o no, optarían por estas formaciones en las elecciones vascas. No es de extrañar que tanta gente se queje en el País Vasco de represión, dados hechos como no contar con el grupo vasco en la aprobación de la Constitución, la imposibilidad del PNV de realizar un referéndum por la independencia o la actual ley de partidos, que únicamente favorece a las grandes formaciones, para que puedan imponer su unicidad y bloquear cualquier alternativa que diversifique ideas.

El comienzo de esta semana vino marcado, al hilo de lo que aquí nos acontece, por un nuevo atentado por parte de ETA, en Madrid. No hay duda de que uno de los motivos de la banda organizada ha sido la reciente ilegalización de las formaciones abertzales, en un acto que debía de haberse previsto. Y es que la represión de buena parte del electorado en Euskal Herria conduce a una radicalización de las posturas más violentas, visto el poco éxito que produce la vía democrática por una solución pacífica para la independencia del país. Imposibilitados para llevar a cabo un referéndum y para votar en las urnas, muchos vascos comienzan a ver que lo que se llama democracia en España es una dictadura en sus fronteras, encaminada en última instancia a acallar las voces de los independentistas que ven en éste el último objetivo.

Por otro lado pasa la visión de ETA que en los últimos años se está dando por parte de los medios de comunicación. No es de extrañar que en las inefables mesas de debates los temas en los que sale a colación la banda armada se pasen rápidamente, dado que ninguno de los contertulios presenta opiniones opuestas al resto. Todos están de acuerdo, y eso no genera audiencia. De esta forma, se trata a ETA como una entidad amorfa, individual, sin oficio ni beneficio y con el objetivo único de sembrar el mal. En términos católicos, ETA es el demonio, y no actúa por otros intereses que los suyos propios. Parece inexplicable que ningún periodista intente profundizar en las motivaciones de la banda, en aquello que le empuja a actuar, en lo que conduce a cientos de jóvenes vascos a posturas violentas. Las cosas no son blancas o negras. El bien y el mal no existen como tales, sino que existen causas, intereses, motivaciones.

Nada es tan sencillo, por lo que, el hecho de intentar buscar la solución ilegalizando y reprimiendo sin ningún sacrificio no es más que otra táctica del Estado encaminada hacia la gobernabilidad de las masas estúpidas e impotentes como sujeto, sin tener en consideración sus verdaderos intereses, generando con su actitud cientos de víctimas como daños colaterales.

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