El martes 25 de este mes transcurrió internacionalmente el Día contra la violencia de género. Si tratamos de no quedarnos únicamente con el acto simbólico, dicho acontecimiento nos sirve para reflexionar acerca de ese lastre que la sociedad española arrastra desde tiempos innombrables.
La reconocida figura del macho ibérico, tan generalizada en nuestro país a lo largo de los años, no es más que otro intento de supremacía de unas personas sobre otras, al igual que la llamada raza aria en Alemania o las tradicionales luchas de clases a lo largo de los siglos. Una doctrina particular que demuestra que una inmensa cantidad de gente no se siente cómoda cuando siendo igual a otros y a otras. Algunos han nacido para destacar. Así, los machitos españoles no son más que pseudoparásitos tardíos de la época franquista, mucho más diseñada a su imagen y semejanza que la actual.
El macho español es arrogante, vanidoso, descuidado. Les gusta marcar su territorio, así como el verbo poseer. Lo poseen todo: la casa, el coche, los muebles… y hasta a sus conyuges. Han sido educados para ser los receptores pasivos en las tareas del hogar, para cumplir en la cama y mandar, y cuando no lo hacen, se enfurecer, porque sienten su territorio minado. Vieron con ojos escépticos la incorporación de la mujer al mundo laboral. Y, cuando éstas lo lograron, ni siquiera movieron un dedo por ayudarlas, todo siguió igual en casa.
Estamos en 2008 y la cifra de maltratos sigue sin reducirse drásticamente. Persiguen cientos de muertes por violencia machista al año, bajo el silencio avergonzado del resto de la sociedad. Aumentan las medidas judiciales y políticas, pero parece que nadie se da cuenta de que es éste un problema estructural. Lo que fallan no son las leyes, sino la educación. Y, mientras los héroes de las películas sean los hombres, y las mujeres sólo tengan reservado el papel de tía buena, mientras las princesas y las muñecas sigan siendo cosa de niñas, la publicidad siga estereotipando su particular imagen sexista de la sociedad, nada cambiará en la base, y civilización y barbarie seguirán conviviendo bajo un mismo paradigma social. El Ministerio de Igualdad es un paso, pero quizás falta otro más importante: que comience a funcionar realmente, a pleno rendimiento, y que no se quede en el mero acto significativo de su creación. Hace falta concienciación, supresión de roles y esquematismos tradicionales. Urgen más mujeres en puestos de responsabilidad institucional, para que el sistema se pueda cambiar también desde el núcleo de las empresas, las que más sexismo generan.
Es necesario, también, un lenguaje no sexista, que reconozca por igual a esa mitad de la población que casi siempre queda en el tintero. Para ello, sería imprescindible la aplicación de la ley de Igualdad a la institución de la Real Academia de las Letras, sin duda alguna una de las que más marcado acento misógino adolece. Cuando dejen de existir oficios de chicas, y trabajos de chicos, deportes de chicas y de chicos, juegos de chicas y de chicos, maneras de chicas y de chicos, etc. entonces y sólo entonces habremos logrado dar un paso en el vencimiento de los valores propugnados por el machismo español.
jueves, 27 de noviembre de 2008
Civilización y barbarie
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1 comentario:
Un lenguaje sexista o con supuestas verdades universales (como lo que está bien y lo que está mal) acarrea muchos problemas. Parece que no, pero el lenguaje es muy importante: es el medio que usamos para comunicarnos. Si lo usamos mal, divulgamos mal las expresiones, lo cual fomenta un uso incorrecto para todos e ideas y conceptos equivocados.
Las cosas más normalizadas en nuestra vida son las que cuestan más de cambiar...
Me encantó tu blog!
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