jueves, 20 de noviembre de 2008

Por qué perdimos la guerra


La guerra civil española supuso un enfrentamiento sanguinario entre dos ambos históricamente irreconciliables, dos Españas condenadas a una continua lucha por diferentes concepciones de afrontar la política. El conflicto supuso no sólo un punto de inflexión en la historia del país, fruto del cual quizás terminó esa imposible convivencia –primero con la dictadura excluyente, luego con la democracia moderada-, y también muchas de las aspiraciones republicanas y sociales, en una época en que los ciudadanos contaban con un alto nivel de participación política.

Mucho se ha especulado acerca de las causas de aquella derrota trágica en los albores de 1939. Una derrota anunciada que no fue más que el preludio del desmoronamiento definitivo de una izquierda desunida e incapaz de afrontar a los problemas con independencia. Tras la defensa gloriosa de Barcelona en 1936, orquestada principalmente por milicias anarquistas configuradas espontáneamente por la población concienciada y unida, lo que parecía el final no supuso más que el principio de una guerra larga y tortuosa. Rápidamente, el sindicalismo libertario de la época, organizado principalmente por la CNT y la FAI –sindicatos predominantes por entonces- articuló un nuevo orden paralelo al Estado reconocido, organizado por comités y asambleas, en el que todo poder quedaba suspendido indefinidamente. Fueron meses de nuevas experiencias en Cataluña, de colectivizaciones independientes, solidaridad y progreso económico. La primera experiencia anarquista en España estaba resultando todo un éxito, en parte gracias a la concienciación y la voluntad populares.

Sin embargo, un gobierno incapaz, encabezado por políticos inoperantemente pasivos y confiados en cuanto al avance de una guerra que creían prontamente solventada, fraguó una venda ineludible para los intereses de la nación, que se prolongaría durante los tres años de conflicto. Desde un principio, desde los Comités Antifascistas se promovió la necesidad de desarrollar una guerra de guerrillas –de origen incluso nacional- en lugar de una típica ofensiva militar para acabar con el levantamiento, pues los escasos apoyos internacionales a la República, a diferencia de los prestados a las hordas facciosas, convertían la opción de guerra abierta en un auténtico suicidio. Pero el gobierno central, encabezado por Negrín, y presidido por Azaña, no sólo desoyó los consejos de los sindicatos mayoritarios, sino que se entregó decididamente y sin ningún tipo de condiciones a la política estalinista, un ente abstracto dispuesto a influenciar de la forma que fuera en tierras españolas. Así fue como todo el oro de Moscú se marchó hacia Rusia, y como las armas comenzaron a escasear entre las tropas anarquistas, mucho más aguerridas y disciplinadas que el mercenario Ejército de la República.

Juan Negrín buscó en los comisarios soviéticos un escudo en el cual refugiarse durante toda la guerra, y, como consecuencia de ello, la República y sus aliados tuvieron precios considerables a pagar. El comunismo ruso sabía cuán peligrosos eran los anarquistas españoles, partícipes de un movimiento fuerte que, en cualquier momento, podría haber desencadenado una revolución social importante. Dicho y hecho. Andreu Nin fue asesinado por espías rusos. Su partido, el POUM, ilegalizado, y acusado injustamente de fascista. Dichos acontecimientos privaban a los defensores de la legalidad democrática de una gran cantidad de valiosos y valientes hombres. Pero sin duda alguna el acontecimiento que terminó por declinar la guerra fueron los hechos de mayo de 1938.

El gobierno, totalmente entregado a la perversión del estalinismo, no sólo destrozó las colectivizaciones que con tanto éxito se desplegaban los campesinos en los campos agrícolas del Levante español (véase cualquiera de los libros de Joaquín Costa sobre el tema), impulsados por los sindicatos socialistas y anarquistas, sino que comenzaron una batalla decisiva en el curso de la guerra a mediados del 38. La policía republicana asaltó sin motivo aparente el edificio de Telefónica en Barcelona, colectivizado espontáneamente por el pueblo catalán. Algo tenían que esconder los órganos comunistas, conversaciones comprometedoras con Moscú quizás, pero lo cierto es que fue la gota definitiva que colmó el vaso de las humillaciones. Anarquistas y comunistas se enzarzaron en una lucha sangrienta e inútil, mientras las tropas de Franco se frotaban las manos ante la destrucción gratuita de sus enemigos.

La represión no terminó ahí. Las checas continuaron, cientos de anarquistas fueron asesinados como vulgares animales, sin más delito que el de pensar diferente. El movimiento libertario entró entonces en un trance, agilizado por la dictadura funesta, del que nunca más ha vuelto a resurgir. La guerra se perdió. Muchos murieron, pero los dirigentes republicanos, aquellos que se habían caracterizado por la pasividad y el institucionalismo consiguieron exiliarse con vida de un país maldito al que habían condenado con su centralismo, sus exclusiones y sus malas decisiones

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola,
Con las multas a los comerciantes en el barrio de Sans en Barcelona por los organismos de la ‘normalización’ de la Generalitat ha surgido este vídeo, es una tragicomedia digna de verse.

Os recomiendo la visión de CASABLANCA de LLOBREGAT, dedicado especialmente a los que apoyan el CAC (centro de multas por rotular en castellano y cerrar emisoras por criticar las políticas del tripartit) y en especialmente a los que están por todo lo contrario.

CASABLANCA de LLOBREGAT vídeo:

http://www.youtube.com/watch?v=mEQShmIO2vI

(Unir en una línea si sale el enlace cortado).o buscar por google o youtube

Es genial. Gracias por verlo y también por su difusión