miércoles, 1 de octubre de 2008
La Masa
Cuando el Antiguo Régimen se derrumbó, auspiciado por las continuas revoluciones que sacudían al planeta de principio a fin, surgió una nueva sociedad en la que la gente parecía haberse multiplicado por momentos. Se trataba de la nueva sociedad de masas, con más cantidad de ciudadanos, de personas, de mentes pensantes con sus derechos y deberes correspondientes. Los principales perjudicados por los cambios del nuevo mundo de posibilidades fueron, precisamente, las masas. Sujetos físicos que, juntos, dejan de tener nombre para convertirse en parte de la mayoría, sin corazón ni relevancia alguna.
La masa es manipulable, moldeable con extrema facilidad. Carece de autocontrol, es impotente, tiene que ser manipulada, manejada desde fuera porque ella no tiene, por ser masa, esa capacidad. Algunos intelectuales no tardaron, además, de cargar contra ellas, de forma incendiaria. Freíd las calificó de “chusma ansiosa de placer y destrucción”. Ortega y Gasset afirmó que Occidente estaba en crisis de valores, que la civilización ilustrada estaba en peligro, como consecuencia de la llegada de “la masa de bárbaros sin espíritu” ¿Por qué ese trato despectivo por parte de los cerebros más prestigiosos de la época? Trascendamos la barrera de lo sensible y tratemos a las masas como lo que son, seres humanos físicos y tangibles.
En la práctica, esa masa de la que hablan dichos autores no es otra cosa que el proletariado. Gente pobre inculta, que huele mal, que a penas come y que contagia al pueblo ilustrado con su flagrante herrumbrosidad. Son los currantes, al fin y al cabo, los hijos y nietos de explotados por el régimen feudal que siguen estándolo, aunque ahora bajo patrones sin escrúpulos. Por si no fuera poco, estas masas sin nombre tienen que cargar con las etiquetas clasistas que los ricos intelectuales se encargan de ponerles, preocupados por las rebajas intelectuales que necesariamente asaltan a la sociedad cuando se masifica en exceso.
Otro poeta y, por lo tanto, pensador, aunque en esta ocasión de los más necesitados, Antonio Machado, también se refirió al conjunto de trabajadores: “Las masas son un invento de la burguesía para atropellarlas mejor”. No tardaron en darse cuenta éstas de que, si se organizaban, podrían poner en peligro todo el sistema de valores y miseria al que el nuevo capitalismo del siglo XX les arrastraba. Surgido así el movimiento obrero, las huelgas, conflictos y guerras civiles volvieron a sacudir el planeta, amenazando al poder y colocándolo patas arriba. Entonces, la acción política, no dudo en presentar a la sociedad como amorfa, sin espíritu, descontrolada. Mediante la propaganda, presentó a las masas como culpables de todos los males, descontroladas, así que nació la política moderna, que no es otra que una política de control extremado de los ciudadanos. La democracia no es posible sin las masas, pero tampoco sin el control que las instituciones ejercen sobre ellas. Una política moderna no es libre, por tanto, pues necesita ser controladora y represora.
Hoy en día, el Estado sigue interesado en tener a las masas bien atadas. El control del pensamiento se agudiza con el paso del tiempo, y las luchas y movimientos sociales se resienten. Ni siquiera en épocas de crisis, donde los que acaban por sufrir más son esos currantes a los que nos referíamos, surgen las más mínimas protestas callejeras, y los sindicatos parecen reducidos inevitablemente a la mínima expresión.
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