Hipócritas los hay por todos lados. Y de todos los colores. Aunque hay épocas del año en las que florecen más, como las amapolas en las zonas más templadas. A diferencia de ellas, poca belleza puede traslucirse en su plena efervescencia. Las amapolas, rojas y brillantes, son capaces de aparecer en las zonas más reconditas y oscuras, con esa capacidad especial para proporcionarles una frescor inusitada; haciendo bello lo que parecía insalvable. Por el contrario, los hipócritas, aunque ya nacen así, nada bueno de ellos se puede decir cuando se acerca su época de plenitud. Estamos hablando de la entrada de la primavera, cuando esos políticos con mucho talante y muy pocas tablas, intentan camelarnos con sus trampas electorales. Todo se subasta en época electoral. Como el capitalismo más atroz, convierte en mercado a la tierra, al dinero y, en última instancia, a la sociedad. Somos utilizados por esos dioses que deciden qué imponernos para hacernos “felices”, presas de nuestra ignorancia sobre lo que de verdad dilucidan, en sus asambleas diarias. Imagino sus conversaciones:
- ¿Qué podemos colarles ahora para que nos voten? ¿Preferís que bajemos los impuestos o las pensiones?
- ¿Por qué no les damos 400 euros para que se calmen?
Sin embargo, salvo contadas ocasiones, su “mercancía” (o sea, nosotros), sabemos mínimamente de lo que hablan. Es cierto, han conseguido nuestra despolitización y parte de nuestra ignorancia se debe a la sumisión que este sistema ha conseguido en aquellos en lo que lo habitan. Nos tiran la caña con sus promesas, que prometen resultados inmediatos para problemas que difícilmente tienen solución a tan corto plazo sin tener que renunciar a otras cosas. Lo peor es que picamos. Nos tiran ese anzuelo tan suculento y no podemos hacer nada para evitarlo. Hipocresía. En época electoral, no hay ideologías que valgan. No existen izquierdas, ni tampoco derechas. Sólo hipocresía. Las ofertas están sobre la mesa y el mercado ha comenzado. El político cuyo anzuelo sea el más poderoso, ganará. Poco importa que después sus promesas sean cumplidas o no; el pueblo las olvidará, aunque poco antes las haya ovacionado con fervor. Esta es la democracia que tanto deseamos y que nadie puede criticar, porque es el mejor de los sistemas posibles. La ignorancia de sus ciudadanos, sometidos a una lobotomía política, es el precio que tenemos que pagar para que estos hipócritas del talante y la xenofobia satisfagan con creces su ego y lo alimenten constantemente de promesas vacías y falsas esperanzas que nunca llegarán. Y si llegan, poco cambiará.
Pongamos el caso de los 400 euros que Zapatero quiere devolver a todos los contribuyentes. Pero que medida tan progresista, por dios. ¿Este es el socialismo que tanto anhelo España después del agónico franquismo? ¿O acaso es tan sólo una terrible consecuencia del mismo y una previsible continuación? Poco importa que esos cuatrocientos euros sean recibidos por ricos o por pobres, al fin y al cabo todos le darán el mismo uso: se comprarán una televisión de plasma o un home cinema, mientras, al mismo tiempo, dirán en las encuestas que su situación ecónomica y la del país es penosa. ¿Penosa, comparada con quien? ¿Con Kenia? ¿Con Irak? ¿Con Sri Lanka, tal vez? De nuevo, la hipocresía con la que nos brinda estos tiempos primaverales. Mientras tanto, las amapolas continuan con su esplendoroso crecimiento, ajenas a todas las mentiras y falsedades que los seres humanos nos llevamos entre manos. Feliz campaña electoral.
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