lunes, 18 de febrero de 2008

Años felices

Nos encontramos a años luz de una de las épocas más convulsas de la historia de la humanidad (comienzos del siglo XX) y ya nadie duda de la enorme superioridad del capitalismo de mercado sobre cualquier otra alternativa factible. Y quien lo duda, es tachado de radical. Como dijo un filósofo antaño, la caída definitiva del comunismo soviético ha supuesto un nuevo orden mundial: el fin de las ideologías. Occidente se ha subido al tren del capitalismo, y le gusta: todos vivimos alegremente felices e intentamos no hacernos demasiadas preguntas. Mientras tanto, ha comenzado la campaña electoral. Al no haber ideologías, todo es muy confuso. Cuesta distinguir quienes son esos señores que salen todos los días en la televisión tratando de captar al mayor público posible con medidas demagógicas.

El otro día, ese ser llamado Rajoy, identificado con la antaño denominada “ideología conservadora”, propuso una medida con respecto al tema de inmigración, según la cual todos los inmigrantes que vengan a este precioso paraíso capitalista que es España, firmarían un contrato que garantizase su lealtad al sistema. Que dejen claro que vienen a trabajar y, cuando ganen dinero (y nos hayan enriquecido, ya de paso), que se marchen a su país, que aquí “no cabemos”, es lo que viene a sintentizar Rajoy. Tres cosillas:

1) Una de las causas del crecimiento económico español ha sido, históricamente, la llegada de inmigrantes que, incorporados como fuerza de trabajo, contribuyen a que los españoles gocemos de buenas pensiones, entre otras cosas. Al contrario de lo que se suele creer, España necesita muchos más inmigrantes en el futuro: hacen falta muchos puestos de trabajo y no hay olvidar que, en unos años, los ancianos seremos muchos más.
2) Con este contrato no se pretende la regularización de la llegada de inmigrantes a nuestras tierras, sino más bien, la construcción de máquinas al servicio del sistema capitalista, con un único objetivo: trabajar. Estas máquinas “made in X” no deben pensar, ni relacionarse, ni nada de nada. Sólo trabajar; algo que, históricamente, también nos ha enseñado el capitalismo. Bajo esa falsa premisa de que “trabajar dignifica”, nos han convertido en meras máquinas sometidas a los dictados fríos de las leyes de mercado. Pero a nosotros nos da igual, porque, al fin y al cabo, a final de mes nos podremos comprar ese vestido que tanto nos gustaba.
3) Este contrato, semejante al que Marx enunció en su teoría de la acumulación primitiva del capital, pasa por alto algo muy importante: el carácter humano de esos inmigrantes. Debemos recordar que un día los españoles también fuimos emigrantes y por ello nos hubiera gustado encontrar en aquellos países a los que ibamos las mejores condiciones posibles. Así, a su vez, no debemos cerrarnos ante las posibilidades culturales y de variedad que nos pueden aportar los inmigrantes, con independencia de su lugar de origen.
4) Hoy en día, una de las principales preocupaciones de la sociedad española es la inmigración. Son percibidos por nosotros como “esos seres diferentes en apariencia que vienen a robarnos lo que con tanto sudor nos ha costado”. Esto tiene un nombre y quizás no sea tanto racismo o xenofobia como algo que no se tiene tan en cuenta: aporofobia. Si algo nos ha enseñado el liberalismo es a temer al pobre. No lo entendemos, no entendemos su diferencia, y nos da miedo. De ahí el rechazo. Porque tampoco es factible que les culpemos de alentar la inseguridad ciudadana. Un estudio ha demostrado que sólo el 15% de los crímenes diarios en España son causados por inmigrantes. Algo muy diferente a lo que nos muestran los telediarios. ¿Por qué será?
5) Con esta medida se demuestra el gran desconocimiento por la historia y la cultura por parte de muchas personas. Quizás ese olvido es voluntario y estos señores, sólo movidos por el atrayente capital, olvidan que países tan cercanos como África estuvieron explotados salvajemente por el imperialismo occidental hasta no hace mucho. De hecho, de ello hoy se deriva las trágicas situaciones de muchos de éstos países, que no han podido sobreponerse. Además, pese a que la dominación política terminó, continúa una dependencia cultural y económica que, bajo la hegemonía de ese gigante con pies de barro llamado Estados Unidos, sigue sumiendo a estos países en la más absoluta pobreza. Como muchos pensadores sostienen, nuestro desarrollo es incompatible con el desarrollo de otros países y, por tanto, es imposible que todos podamos hacerlo en la misma medida. Es falso, por tanto, el pretender que estos países algún día saldrán de la pobreza a no ser que nosotros intentemos una cosa impensable: decrecer económicamente. Algo imposible con políticas como la de ese “progresista” llamado Zapatero, que quiere hacer desaparecer el IRPF, con lo que los más ricos y las empresas no pagarán más. O sea que mientras el ave del capitalismo despiadado planee sobre nuestras cabezas y nos exija seguir trabajando como esclavos, nada cambiará para estos países. Por supuesto, para nosotros todo lo contrario: el individualismo y el egoísmo nos empuja a desear lo mejor para nuestro país y los demás “ya se apañarán”. Desde mi punto de vista, tenemos una deuda irremediable con los países del tercer mundo. Admitámoslo: somos los culpables de su estado, y promover medidas como la de Rajoy sólo permite agudizar la agonía de sus ciudadanos: el contrato se convierte en un nuevo imperialismo que amenaza con destruir las conciencias de la gente y la cultura de las distintas etnias y razas del planeta.

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