lunes, 17 de mayo de 2010

La estela de un cantautor inmortal


Un torbellino artístico arrasó este fin de semana el Gran Teatre de Xàtiva. Los años no pasan para él y su música. Escuchándolo, cualquiera diría que su voz se ha mantenido infranqueable desde aquellos míticos recitales en medio de la agonía franquista. La llama combativa sigue ardiendo en su interior. A sus setenta años, Raimón no conoce de derrotas, lo suyo es una continúa pugna contra los elementos. Es la viva imagen de los antiguos héroes: esos que eran inmortales y salían siempre airosos. La cançó del cantautor de Xàtiva será siempre nova y, con ella, continuará teniendo siempre los mismos componentes asociados: la protesta como forma de composición, la lengua como manera de expresar la propia identidad.

Tampoco ha perdido el sentido del humor. Entre canción y canción, sus intervenciones estuvieron caracterizadas por sembrar las risas entre los asistentes, incluso en el momento en el que un error le llevó a tener que recomenzar una de las canciones interpretadas. Pero no pasó nada, Xàtiva se lo perdona todo –como gritó un espectador desde las alturas-. Y, sobre todo, lo que más congracia es comprobar como Raimon sigue siendo el mismo de sus comienzos, el poeta del pueblo, situado a la misma altura que sus congéneres, y no por encima. No hay rastros de engreimiento ni de soberbia en él, como en tantos otros artistas de su generación y posteriores. Es consciente de que si ha llegado hasta donde ha llegado, es gracias al público fiel, y a ellos se lo debe todo.

Fue elegante también eludiendo entrar en las estériles disputas políticas que precedieron su recital. Los partidos políticos ansían hacer mercadeo con todo aquello de lo que puedan extraer votos. Raimon no es una excepción. El inefable alcalde de Xàtiva se negó a hacerle un homenaje como toca: ni medalla de oro ni calle en su nombre. A toro pasado, eso poco importa. Da igual porque el mejor reconocimiento hacia el artista es el que se le ofreció dentro del teatro. Es el público el que debe homenajearle, y no una autoridad política. La cultura encuentra su base, su razón de ser, en el pueblo llano, no en ninguna elite. La elite es más bien inculta, prefiere lo deslavazado, la ignorancia de la ciudadanía. Qui ja ho sap tot que no vinga a escoltarme, reza una canción de Raimon. Nada más esclarecedor para entender al incombustible poeta.

Incombustible porque, a su edad, ha ofrecido tres recitales en dos días. Otro rasgo más que elogiar para ensalzar su figura, junto a esa honradez tan característica que le lleva a ponerse nervioso a la hora de hablar ante el auditorio, con esas 800 miradas penetrantes clavadas en su persona. «M’expresse millor cantant», se disculpaba, visiblemente emocionado por el hecho de volver a su tierra, 50 años después de Al vent y ocho años más tarde de la última actuación en Xàtiva.

Y cantó. Cantó y recitó durante más de hora y media, junto con un grupo de experimentados músicos que no fueron motivo de pero alguno. Un recital antológico, en una perfecta mezcolanza de piezas nuevas y reliquias que marcaron la vida de toda una generación. Raimon y su conjunto supieron mantener el ritmo de la actuación, que no decayó en ningún momento. Los minutos finales fueron un castillo de fuegos artificiales. La selección de piezas, absolutamente encomiable, deleitó a los espectadores y las espectadoras con las canciones más conocidas, esas que marcaron una época. Casi por obligación, como la obligación de todo experimentado artista al que le acompaña el repertorio de sus inicios. Pero Raimon disfrutó, gozó viendo a la gente gozar y se despidió. La tierra que lo vio nacer ya llora de nuevo su partida, pero, como siempre, espera que pueda volver lo más pronto posible, como reza otra de sus canciones.

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