lunes, 26 de abril de 2010

El cáncer del bipartidismo

A nivel local, el bipartidismo es un cáncer para la democracia. Los partidos se convierten en cúpulas burocratizadas, sometidas a los dictados que les mandan desde arriba, los líderes supremos. En Anna, recientemente, ha vuelto a ocurrir. El Partido Popular votó en el último pleno en contra de dos mociones presentadas por el equipo de gobierno, formado por la coalición PSPV-Idean, pese a estar conforme. Ese es el sistema kafkiano y democrático por el que supuestamente se rige el gobierno supuestamente adulto de nuestra sociedad.

En la primera medida, la moción proponía el incremento de las subvenciones a la Federación de Bandas de Música, que han sufrido una reducción drástica de las mismas en el mismo año, contando con una deuda de miles euros. Las bandas plantean echarse a la calle para que se les escucha, pero el Consell, mira hacia otra parte. Entre ser austeros, prefieren quitar dinero a las bandas de música –una cuestión que políticamente no les afecta demasiado- que pagarle el canon anual a Ecclestone o no celebrar la Copa América. Es cuestión de prioridades. Y en el PP de Rita y Camps, esas prioridades sobrepasan las de nosaltres, els valencians (que diría Fuster).

En fin, volviendo al asunto. ¿Realmente está el PP de Anna en contra de subir esas subvenciones a las bandas? Claro que no. De hecho, su mandamás manifestó su apoyo a la banda de la localidad, pero, por “órdenes de arriba” no podía votar favorablemente, lo cual no puede ser más lamentable. Al final, nos damos cuenta de que el aparato de apariencia democrático que rige nuestras vidas no es más que un ente tan burocratizado que alcanza la categoría de deídad totalitaria. En definitiva, las decisiones de nuestros gobernantes parecen sobrepasar la voluntad popular. ¿Realmente algún ciudadano annero que vote al Partido Popular no querría que no disminuyeran tan drásticamente la financiación a las bandas de música? Claro que no. ¿Representa realmente el partido a los ciudadanos? Por supuesto que no. Entonces, ¿nos representan los políticos verdaderamente? Es una cuestión que hay que plantearse seriamente.

El lastre del bipartidismo, cada vez más agudizado, conduce a una situación de reduccionismo simbólico del debate en la sociedad. Las informaciones se limitan a meros cruces de declaraciones entre los portavoces de los principales partidos, sobre no se qué estupidez. Basta que un partido esté a favor de cierta cosa para que el otro se posicione en contra, obligado a no darle la razón al otro. Ideológicamente, los partidos locales han perdido la identidad, y son meras marionetas manejadas aleatoriamente por las direcciones generales. Si al PP lo mandan desde Génova, al PSOE, lo mandan desde el equipo de gobierno. ¿Alguien ha escuchado a algún concejal socialista hablar mal del Plan E en público? Se pierde el hecho de discrepar. Todos los socialistas tienen que estar conformes con las posturas del gobierno, y viceversa. Los que no, se consideran disidentes, un lastre para el partido, son expulsado.

A lo que vamos es que el centralismo político nos quita posibilidades de diálogo. Las decisiones que se toman en Madrid son acatadas sin discrepancias por los políticos de toda la Península. Pero la experiencia nos muestra que la virtud verdadera está en el diálogo entre todas las fuerzas políticas, entre todas las corrientes. La virtud está en el descentralismo. La descentralización del poder lo convierte en un ente menos ofensivo y autoritario. Disolviéndose, gana capacidad de reacción. La riqueza está en la diversidad. Los partidos políticos son como religiones que imponen sus dogmas. Unos dogmas que son acatados fielmente por sus militantes, en forma de obleas consagradas. ¿Es este el espíritu libre que queremos de una sociedad democrática? Definitivamente, no.

El federalismo puede ser una opción, más o menos utópica, para la sociedad española. En realidad, es una opción seria, adaptada a la realidad de nuestros territorios, históricamente ricos y diversos. Quizás incluso sea una solución de futuro para lo que muchos consideran “el problema vasco” o “el problema catalán”. En estas comunidades lingüísticas y culturales distintas a la española, los partidos nacionalistas son considerados un lastre, porque rompen con la tradición de acatamiento respecto a las directrices que generan los grandes partidos.

Recientemente, un movimiento de “partidos independientes” (algo que puede resultar irrisorio) parece dar una esperanza a aquellos ciudadanos que ven como las rencillas internas y los dogmatismos que se producen entre los dos grandes partidos acaban por no satisfacer a la voluntad popular que es, en última estancia, en quien reside la soberanía. Grupúsculos de ciudadanos unidos únicamente por salvar sus intereses. ¿No suena romántico?

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