jueves, 23 de abril de 2009

La verdad


La racionalidad del ser humano es un asunto muy en boga desde la Ilustración. Un concepto conseguido tras la revolución francesa que, sin embargo, es utilizado sin parangón como justificante para numerosos actos autoritarios y fuera de toda lógica racional. Es entonces cuando este concepto se convierte en un mecanismo de represión y opresión al mismo tiempo. Cuando alguien asegura “tener razón”, algo peligroso existe en lo más recóndito de su ser, porque quién justifica sus argumentos con dicha categorización no hay duda de que ha convertido la razón en un instrumento de poder, peligroso dependiendo de por quien sea utilizado.

Como los razonamientos abundan, pero los argumentos esacasean en esta sociedad posmoderna anclada en viejos dogmas y autoritarismos de diversa índole, la razón la tienen las élites poderosas, los políticos, los economistas. Cuánto más poder tienes, mayor es tu capacidad de raciocionio, y en mayor situación de inferioridad estará tu interlocutor. Se llega a considerar que, si alguien ha llegado tan alto, es porque ha alcanzado la idea de la Verdad –como diría Platón-, que ha ascendido hasta la cima de la cueva hasta vislumbrar lo que ningún otro ser humano ha podido ver por su ignorancia. Pero esa ignorancia de las masas no es más que otro de los estereotipos que el sistema goza en mantener, porque de esa manera se justifica hasta el más criticable de los movimientos que pueda realizar. La verdad la tienen los poderosos, y el resto somos la chusma, la masa ignorante que necesita ser gobernada, porque por sí sola no es capaz.

Sin embargo, no sólo los poderosos utilizan el poder de la Verdad y la razón para reprimir a los gobernados. Cuesta creer como diversos grupos de muy distinta índole también hacen uso de dicho elemento con vocación fascista. Porque si el fascismo es totalitario y unicista, ¿acaso no podemos tachar de conducta fascista cualquiera que impida hacer uso de las manifestaciones individuales, fuera cual fuera su objetivo? ¿Por qué pregonamos la libertad de expresión y luego pedimos la prohibición de diversas manifestaciones, por contrarias a nuestras ideas?

Y es que, si nadie está en posesión de la verdad, porque no existe la verdad absoluta ni la objetividad pura, cualquier acto que coarte la libertad de expresión de las personas –franqueando dicha libertad únicamente en el momento en el que se perjudique al prójimo-, es igualmente reprobable. Por lo tanto, tanta condena merecen aquellos que prohíben quemar símbolos monárquicos como aquellos otros elementos que se llaman a sí mismos antifascistas pero que no dudan en montar en cólera y tronar a los cuatro vientos porque el Estado no prohíbe una manifestación de neo-nazis. Desde mi punto de vista, sin embargo, incluso un acto de calado fachoide como los organizados por el desfasado partido España 2000 debe ser permitido, siempre que no perjudique manifiestamente o físicamente a alguien, porque prohibirlo significaría continuar levantando barreras y coartando la libertad –a pesar de que estos seres no la persigan-, y ya sufrimos demasiadas trabas en el día a día como para crearnos más. Si queremos una sociedad plural, con individuos totalmente autónomos y libres, hemos de desmontar la idea de razón inculcada por los elementos más autoritarios de la Ilustración, y emancipar nuestro pensamiento de trasnochados estereotipos.

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