miércoles, 1 de abril de 2009

La Idea desvanecida


Tras la llegada a España de La Idea, en una conferencia de Giuseppe Fannelli en 1868, fue éste uno de los países donde más caló el anarquismo. Se trataba de una sociedad desconcertada, harta de la necesidades de la reforma agrícola que nunca llegaba, muy empobrecida, y cansada de soportar las continuas dictaduras, surgidas de las entrañas del catolicismo arraigado en buena parte del país. Las ansias de emancipación del campesinado llevaron a que el anarcosindicalismo fuera la fuente de unión de buena parte de la clase obrera del momento. La cifra de afiliados a la CNT, tan sólo en la provincia de Aragón, ascendía de los 30.000 trabajadores, en 1936.

El abrazo por el anarquismo era por entonces el ansia de una vida mejor, donde los ciudadanos fueran realmente libres, y pudieran disfrutar con total libertad del trabajo producido y de sus frutos, obviando los trances y las envidias provocadas por el dinero y la subyugación al sistema político-económico. En el Pais Valenciano, se configuró en torno al movimiento libertario, un auténtico auge cultural, sin parangón alguno con otro momento de la historia. Tal y como cuenta Javier Navarro en A la revolución por la cultura, la brillante organización de los anarquistas valencianos encontró una traducción inmediata en la cultura, cosa natural si entendemos que la pretensión máxima de aquellos es la autoformación y la emancipación por medio de esta vía.

Los debates, las conferencias, los teatros, las lecturas y la prensa alcanzaron un momento de esplendor entre los círculos libertarios, movidos entre las aguas de ateneos culturales, tabernas, sindicatos y los locales de las Juventudes Libertarias. El poco momento de ocio que se disfrutaba era copado de inmediato por la lectura de los autores clásicos, o dedicado sin contemplaciones a mejorar la salud inmediata del movimiento, debatiendo con otros compañeros, organizando escuelas de adultos, cuando la educación era el peor lastre sufrido por la clase trabajadora. Verdaderamente, fue en los años 30, cuando se alcanza el punto de mayor expansión del anarquismo en España, cuando éstos amantes de la naturaleza y de la libertad, estuvieron más cerca de alcanzar su tan ansiada meta.

Pero tras la increíble subida, llegó la aparatosa caída. Conocida por todos es la represión ejercida con mano de hierro por las huestes franquistas, que devastaron todo cuanto pudiera desprender ligera fragancia a cultura. Los que no fueron fusilados o encarcelados (y consiguientemente adoctrinados de alguna forma), se perdieron en la memoria colectiva del exilio y el acíbar pensamiento de ser desgraciado por tener dicha ideología. Se podría decir que el anarquismo español murió en los años 40. Hoy, debilitado tanto por ello como por diversas fuentes, aguarda entristecido en el rincón de algunas mentes. Ahora, los que profesamos esta ideología, se nos tacha de antisistema. Parece que el término anarquismo está prohibido en su significado etimológico – deriva del término griego anarchia, anarchos 'no amo'.[2 – y se utiliza más bien para increpar al lugar donde reina un tipo de caos. Pero nosotros no consideramos que el autogobierno o la democracia directa sea un caos. Somos radicales, en el sentido original, es decir, vamos a la raíz. La autogestión es posible, los anarquistas de los años 30 lo demostraron. Y hoy en día, cuando la crisis oprime con mayor insistencia a los pobres y a los trabajadores, promulgar la acracia es la única forma de gritar contra las injusticias y promover un orden verdaderamente justo, donde la democracia sea efectiva, real, y no sean otros los que tomen las decisiones por nosotros mismos, que sólo intervenimos en nuestro gobierno cada cuatro años, en las urnas. Ahora, que hemos visto como todos los intentos de implantar el comunismo que proponía Marx, es decir, el comunismo estatal, se han tornado en despiadadas dictaduras. Ahora, cuando salen a la luz las corrupciones inherentes y aparejadas al poder establecido, es cuando debemos gritar con más insistencia aquella frase del filósofo Erico Malatesta: Anarquista es, por definición, aquél que no quiere estar oprimido y no quiere ser opresor; aquél que quiere el máximo bienestar, la máxima libertad, el máximo desarrollo posible para todos los seres humanos.

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