Centenares de voces se han alzado en los últimos meses clamando indignadas contra el hecho de que España esté a la cola en los informes de la educación europeos. Sin embargo, el problema se ha diluido rápidamente, en gran parte porque nadie encuentra un blanco sobre el que depositar las críticas. Quizás todos seamos un poco culpables de ello. El sistema educativo español no es más que una derivación del que actualmente es regulado en toda la Unión Europea, por lo que son falacias acusar a unos u a otros de aquello en lo que participan todos los países que componen el Sistema. Nuestro sistema educativo deriva de aquel que años atrás poblaba las escuelas, el modelo autoritario, donde están muy asumidos los roles que debe desempeñar cada uno en sus clases. Es cierto que en la actualidad no existe ese autoritarismo déspota y punible, pero sí lo es que ha habido una cierta desidia en el tema de la educación desde los años 60 y se ha dejado que ésta operara al margen, que fluyera por el mismo cauce que la sociedad, sin pensar en las graves consecuencias que esto podía traer. Así, hemos llegado a esta nueva y pésima situación, en la que existe un modelo que necesita al profesor autoritario para poder sobrevivir. Pero ahora ya no existe tal, los niños se sublevan y no aceptan las órdenes tan fácilmente. Si uno es castigado, además, el profesor tendrá que vérselas con los padres furiosos y quizás con el sistema judicial. Y la culpa no es de los niños, evidentemente. Ellos tan sólo son el resultado de una sociedad más o menos libre, más por lo menos que antaño, que les ha enseñado que el mundo es suyo y que no deben acatar las órdenes gratuitamente. Como sin el castigo y la autocracia este modelo no funciona, cabe reflexionar hacia otros modelos.
En la actualidad, vemos en las escuelas como los alumnos, irremediablemente, utilizan métodos de aprendizaje por repetición, pues llegan a la conclusión de que es este el único método factible para conseguir superar las abundantes pruebas y exámenes a las que se ven sometidos. Es este el principal error en el que incurren los estudiantes, porque el sistema de aprendizaje por repetición garantiza el conocimiento de los temas como mucho durante un par de días, pero es inevitable que la mente, saturada de información, tienda a olvidarlos muy rápidamente al resultar éstos “inservibles” para el desarrollo del niño. Así, éstos se convierten en meros memorizadotes cuyo único objetivo es pasar una serie de exámenes. Los que se hayan esforzado lo suficiente, a través de una disciplina rígida, lograran memorizar las respuestas suficientes que les permitan aprobar la prueba. El resto, incapacitados para memorizar por una serie de causas ajenas a sí mismos, se verán irremediablemente arrastrados hacia los vértices de la incomprensión y la marginación. Todo esto deriva en una alta competencia en las aulas que para nada favorece al alumno, pues sólo lo alimenta de los peligrosos buitres de la envidia y la soberbia, águilas rabiosas que devoran al ser humano por dentro. Así, surgen dos grupos de alumnos en una misma clase: los que se esfuerzan y aprueban, y los que no se esfuerzan y suspenden. Aquellos que suspendan se verán tan desmoralizados por su condición de diferencia con el resto que decidirán que de nada sirve seguir estudiando. Por lo que los únicos que seguirán en esta carrera de fondo serán aquellos que se esfuerzan lo suficiente. Otro error, por lo tanto, es que se asocie el esfuerzo con el prestigio social, con la riqueza, con ser mejor que otros, cuando es bien sabido que éste sólo es favorable si las condiciones de la persona lo son. La educación actual no tiene en cuenta las necesidades de los alumnos, tan sólo los encamina hacia un único objetivo: el trabajo asalariado. Más que educarlos, las escuelas construyen funcionarios, economistas, personas, al fin y al cabo, sumergidas de lleno en el sistema, que contribuyan a moldearlo y mantenerlo con vida. Ésta es, pues, la principal razón por la cual al sistema le interesa la educación basada en estas pautas que acabamos de describir: la escuela enseña a los niños que tan sólo los que se esfuerzan conseguirán los que parecen los máximos objetivos de la sociedad, por ello, hay que disciplinarlos con severidad, para que sean conscientes de que sólo memorizando lograrán superar esas losas que son los exámenes.
Muchas veces nos preguntamos, ¿pero qué he aprendido yo de la escuela? La respuesta es sencilla: muy poco. Los contenidos memorizados se nos olvidan tan fácilmente que de un curso para otro la cultura casi desciende entre el alumnado, el nivel vuelve a ser el mismo, porque parten de cero una y otra vez. Al Sistema esto no le importa, mientras existan alumnos perfectamente adoctrinados para conseguir esa meta sin rechistar. Con frecuencia nos escandalizamos de la falta de pensamiento en la sociedad, de la ausencia de solidaridad, de que cada uno va para él mismo. Lo veremos lógico si examinamos como el sistema los ha educado, como títeres a su servicio, cuyos cometidos están marcados desde que nacieron. La escuela no nos enseña a pensar, no nos educa, no nos muestra que la vida es algo más que el trabajo. Es tan sólo un mero trámite que hay que pasar si queremos llegar a tener un trabajo teóricamente mejor pagado que el resto, para conseguir esa estabilidad de la que lastimosamente no gozan los obreros y parados.
Estremece el pensar que a principios del siglo XX, un hombre injustamente olvidado, Francisco Ferrer, confeccionó una Escuela nueva, que rompía todos los estereotipos, en la que todos los alumnos eran educados bajó las premisas de la igualdad, la solidaridad y la fraternidad. No había reglas, no había temario, no había exámenes. Los niños aprendían a convivir y a dialogar sin competir entre ellos, se les enseñaba que hay algo más allá del trabajo cotidiano y los quince días de vacaciones correspondientes. La vida es algo más que eso, y una educación realmente moderna es el único camino para alcanzar una sociedad moderna, en la que el ser humano se enderece hacia el auténtico objetivo de la vida, más allá de lo material o lo físico, la autorrealización. Y es obvio que esta escuela, un resto desdeñable de lo anticuado y pasado de moda, sólo conduce hacia los senderos de la ignorancia y el egoísmo del sálvese quien pueda. Francisco Ferrer fue ejecutado por Alfonso XIII, pero muchos otros han muerto o siguen olvidados por defender una causa que a este modelo parece no interesar.
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