Escribo este artículo en un estado situado entre la perplejidad y la cólera, producido en alta medida por el conocimiento de que la Universidad de Valencia pretende imponer a los alumnos de la titulación de Periodismo, pese a que empezaron con un sistema de estudios diferente, el famoso y polémico plan de Bolonia. Todo ello entre el desconocimiento general que ante dicho plan guardamos los principales afectados. Nadie nos ha dado explicaciones, ni siquiera la propia Universidad, sumiéndonos en ese estado que antes manifestaba y avanzando hacia una preocupación patente por la alta importancia que esto conlleva en un futuro próximo. El hecho de que, en mitad de una licenciatura, nos impongan un plan distinto, conlleva numerosos inconvenientes, y uno de ellos es esa preocupación, pues nos convierten en alumnos que no llegamos a ser ni de un curso ni del siguiente, sino un híbrido entre dos cursos. Con orgullo, al año que viene, previsiblemente (porque encima todavía no está confirmado) podré manifestar que curó 2º y medio de Periodismo. Ante todo, cabe dar una breve explicación de este proceso criticado y loado a partes iguales.
El mundo global en el que nos vemos sumergidos no sería tal sin una Universidad global, y de ahí surge la reforma educativa vulgarmente conocida con el nombre de Bolonia. Como todos somos iguales, sobre todo los europeos, en Bruselas se ha visto la necesidad de equiparar los planes de estudio de todas y cada una de las universidades europeas, con el objetivo de que todos y cada uno de los alumnos se erijan con las mismas posibilidades de cara al mercado laboral. Hasta este punto todo bien. ¿Quién puede oponerse a la igualdad? El problema surge cuando intentamos deshacer el envoltorio con el que la Unión Europea y sus magnates parecen envolver sus nuevas medidas. En primer lugar, este nuevo plan de estudios supone una horripilante estrategia que amenaza con destruir asignaturas tan elementales e históricas como la filosofía o la propia historia. Cada vez serán menos las universidades que las oferten, cada vez serán menos las horas dedicadas a la impartición de dichas asignaturas en los institutos. Triunfan, sin embargo, titulaciones como Economía o los estudios científicos. Lógico, por otro lado, tratándose de un mundo global. Otra de las medidas más visibles de Bolonia es la reducción de los años cursados por licenciatura, pues aquellas que se cursaban en cinco cursos ahora se harán en tres. ¡Por fin!, gritaran algunos, conscientes del exceso de tiempo que se dedica a algunas titulaciones, que se presentan interminables. Pero lo cierto es que dicha medida aspira más a convertirse en un interés económico que liberador para los estudiantes, puesto que supondrá la posterior y obligatoria realización de diversos másters (con sus altos precios incluidos), a través de los cuales el alumno terminará con su periodo universitario. Hay que constatar dicho carácter obligatorio, pues hasta ahora eran de índole optativa.
Por otro lado, quizás uno de los aspectos más temidos de la nueva ley es el de la pérdida de libertades en el terreno estudiantil. De este modo, se prevé que comenzarán a penalizarse con más severidad las ausencias a clase, así como se dedicará mucho mayor tiempo a la realización de trabajos obligatorios acompañados de un férreo seguimiento del estudiante. Estos procesos, que quizás recuerden a los que se ejercían en las universidades de antaño, o quizás en los institutos, no constituyen más que un severo retroceso en el campo de las libertades y los derechos de los estudiantes, esos que parecieron acelerarse tras el mayo del 68, ahora hace 40 años. El aumento de la burocracia y la presión a los universitarios constituye siempre el fracaso en el campo de las libertades fundamentales, esas a las que aspiramos desde hace tanto tiempo, y perjudica sobre todo a los propios estudiantes, al tener que compatibilizar en muchas ocasiones los estudios con profesiones, trabajos temporales u otros estudios secundarios. Al parecer, se asocia el absentismo universitario al fracaso, pero no siempre es así, sobre todo si consideramos que dichos alumnos poseen un nivel intelectual y responsable lo suficientemente alto como para pagar por sus actos, equilibrar en una balanza y decidir con plena libertad. Temiendo por el hecho de que Bolonia suponga un paso hacia esa privatización de la enseñanza con la que día a día nos vemos lastrados, es importante acabar con esa demagogia utilizada por algunos medios de comunicación, políticos y rectores, que obviamente sólo miran por el bien común, en lugar de preocuparse por el de aquellos que aspiran a un futuro más o menos prolijo. Es preocupante también, por lo tanto, el hecho de que éstos no se hayan preocupado todavía en explicar con claridad y detenimiento en qué consiste dicho proceso, imponiendo a los estudiantes un estado perplejo y exasperante ante una nueva situación, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de unas medidas impuestas, es decir, que los estudiantes, los principales afectados, no hemos votado.
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