jueves, 31 de julio de 2008

La felicidad no da dinero

El dinero no da la felicidad, pero nos aproxima a ella. Falacias como esta nos martillean por doquier en los anuncios televisivos. La felicidad tampoco da dinero, y eso sí que es un hecho comprobado científicamente. Todos hemos probado a sonreír y aparentar ser felices para ver si nos encontrábamos algún billete debajo de una piedra, pero nada parecido ha sucedido. Entonces, ¿son términos antagónicos la felicidad y lo monetario? Que se lo pregunten a las víctimas de la desnutrición en varios continentes del mundo. ¿Son felices? Depende, quizás si no tuvieran el estómago vacío las veinticuatro horas podrían pensar si quiera en ello, pero es que ni se lo plantean. La felicidad es, por tanto, imposible, no llega nunca, por mucho que nos empeñemos en establecerla como meta final en la vida. Como todas las metas, son utópicas, porque el mero hecho de establecerla nos ciega y convierte el camino vital en impracticable y altamente pedregoso. Quizás existió en algún tiempo pasado, pero ya no. Y buena culpa de ello la tiene la publicidad del siglo XX, que debería considerarse como arma de destrucción masiva, la ONU debería clasificarla en el apartado de terrorismo genocida, porque vacía mentes, absorbe cerebros, incendia intelectos, y nos convierte en muertes vivientes a la caza del próximo juguete que comprar, el próximo vestido, la próxima consola de videojuegos, por mucho que realmente no nos haga falta. Lo importante es tener. Tener es aparentar, y aparentar es ser más que los demás, y eso, en teoría, es lo que los occidentales consideramos lo más cercano a la felicidad. Porque la envidia es uno de los valores más fuertes del mercado, porque las empresas nos aseguran que si compramos su producto la felicidad nos embriagará. Luego nos damos cuenta de que no es así, y nos entra la depresión cuando descubrimos que en nuestra cartera sólo yacen impasibles dos monedas, llenas de telarañas; una de ellas resulta ser una de las antiguas pesetas, y la otra es de dos céntimos. ¡Pero si yo tenía 50 euros! Nos extrañamos entonces. Por otro lado, millones de personas en todo el mundo malviven con menos de cinco euros al día, si tienen mucha suerte. Y aquí nos lamentamos de que la inflación y la crisis económica nos impidan salir de vacaciones. ¡Qué atrocidad! ¡Qué injusticia! Con lo que me lo he merecido… ese es otro de los eslóganes de los terroristas publicitarios. La inflación en Kenia es del 1000% y comprar una barra de pan supone el sueldo mensual de un maestro. A la vez de nuestras quejas hacia los ‘chinos quitatrabajos’, éstos cobran en doce horas lo que nosotros en dos o tres. Explotados por las multinacionales, la culpa no es de los permisivos aranceles, sino de las empresas explotadoras insaciables de beneficios. Ya quisieran la mayoría de chinos poder irse de vacaciones… ¡una vez en su vida! El bienestar genera mayor ansia de bienestar, y miedo, mucho miedo. Todos los pobres quieren ser ricos, pero no conozco a ningún rico que quiera ser pobre. Y todos no pueden serlo, ese el drama de la humanidad. Porque el dinero no genera felicidad, genera autodestrucción, y siempre lo ha hecho, desde su creación. La mayor parte de las guerras de la historia han tenido su origen en el dinero, en lo monetario. Burgueses contra obreros en pésimas condiciones laborales, clases altas contra clases bajas, colonias sublevadas contra sus metrópolis. John Law, creador del papel moneda y que también debería añadirse a la lista de terroristas de Estado, debe estar revolviéndose en su tumba, ante las atrocidades que en nombre de un simple billete puede hacer la gente. Supongo que eliminar el dinero y buscar alternativas para un mundo más sano, justo y equilibrado es demasiado radical. Qué le vamos a hacer.

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