lunes, 14 de diciembre de 2009
La renovación pedagógica pendiente
Hace cien años, fusilaron a Francisco Ferrer i Guardia (1850-1909), promotor de una renovación pedagógica basada en los principios libertarios de solidaridad, justicia e igualdad. Lo que, traducido en palabras de Mijail Bakunin viene a ser la verdadera condición humana. La Escuela Moderna o Libres, como se conoce al tipo de colegios surgidos de aquella corriente, promovían –ya a principios del siglo XX- una educación igualitaria entre sexos (lo que suponía toda una revolución) y un currículum escolar que eliminaba los exámenes y todo símbolo de distinción o de competitividad entre las alumnas y los alumnos. La obligatoriedad dejaba de serlo y las clases se basaban en un método de preguntas y respuestas, o mediante actividades lúdicas mediante las que se enseñaban los preceptos básicos de ciudadanía.
Todo eso hoy se ha perdido. Siguen habiendo Escuelas Libres, pero su carácter no institucionalizado les quita fuerza de validez, en una sociedad estandarizada donde se obliga a pasar por una serie de fases (o aros) para que una persona se convierta en perfecta ciudadana. Ferrer i Guardia fue fusilado simplemente por su carácter libertario, por oponerse al orden establecido, y porque Alfonso XII debía matar a alguien para resarcirse del atentado que contra él planeó otro anarquista, Mateo Morral. Ellos dos, Morral y Guardia, encarnan dos modelos libertarios frustrados igualmente por el poder de la autoridad: el pacífico y a largo plazo, encarnado por una educación laica y basada en la racionalidad; frente al anarquismo de la acción directa, la bomba y la propaganda por el hecho. Ambos pueden ser defendibles o no, pero de eso no quiero ocupar estas líneas.
Vuelvo a repetir la figura lacista que encarnó también Ferrer i Guardia. Ferviente materialista, estaba con Bakunin en aquella famosa frase que le pegaba la vuelta a la de Voltaire (si Dios no existiera habría que inventarlo), y decía Bakunin: si Dios existiera, habría que exterminarlo. ¿Por qué? Porque su existencia supone la genuflexión de la humanidad hacia el concepto de perfectitud que encarna la divinidad. Mientras existan dioses, existirán esclavos. Por eso no sólo se eliminaron los crucifijos de las aulas, sino que uno de los saludos comunes entre los alumnos encabezaba por la frase: no hay Dios. Hoy, la triunfante Iglesia Católica –impune de los crímenes cometidos durante la era franquista- sigue pregoneando la imposición de sus signos, en una sociedad más multicultural que nunca, y defendiendo causas perdidas con un amplio eco en los medios de comunicación.
Parece que no hay salvación en la escuela institucionalizada. La última propuesta, la de dotar a los profesores de un cargo de autoridad, sigue siendo posiblemente muy insatisfactoria. Porque el problema no es la carencia de autoridad, sino la falta de aprovechamiento. Las alumnas y alumnos se encuentran con una libertad que no pueden hacer verdaderamente efectiva dentro de las aulas, porque los rígidos horarios de materias que de poco les servirán en un futuro les obligan a perder una valiosa juventud con el trasero pegado a un asiento. Es como si a las palomas se les cortaran las alas, como si camináramos hacia atrás, como los cangrejos. ¿De qué vale la libertad, si no se puede hacer uso de ella? Inteligencia emocional, empatía, solidaridad. Esos son los conceptos que hacen falta en la escuela.
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