martes, 1 de diciembre de 2009
La deuda del mundo con América Latina (II): Honduras
La historia vuelve a repetirse. Todo el mundo se entromete en los asuntos del continente latinoamericano, pero éste siempre acaba resultando perjudicado. El primer batacazo en materia internacional del superpresidente Obama pasa por Honduras. Ahí es donde ha terminado por descarrilar su tren de credibilidad, que ya iba tambaleándose por el camino del descrédito. La cuestión es que, al final, ha pasado lo que los expertos de izquierdas temían. Un golpe de estado en primera instancia condenado por la opinión internacional –pero siempre con medias tintas- que degenera en un proceso de agotamiento de los hondureños y las hondureñas. Una negativa a devolver al poder al constitucionalmente elegido Manuel Zelaya sucedida por la convocatoria de elecciones por el militar Micheletti que termina con unas elecciones donde la abstención supera el 60% y resulta como vencedor un conservador. De repente, el inmenso apoyo popular que tenía Zelaya ha desaparecido, incluso del discurso mediático. Un golpe de Estado militar impune y aquí no ha pasado nada.
Carlos Herrera, el hombre-anuncio (cada dos por tres se llena la boca de publicidad comercial en su programa radiofónico), sin embargo, calificó a las elecciones de “perfectamente legales” y de “un triunfo para la democracia”. Sin embargo, para él, como para tantísimos periodistas (que han perdido definitivamente el norte de la imparcialidad y el juicio sereno), que triunfe la democracia significa que triunfe el conservadurismo, ahora encarnado en el país hondureño por Lobo. Y precisamente el nuevo presidente ilegítimo será eso: un lobo para el desprotegido pueblo de Honduras, una nación que suma a los maltratos internacionales hacia el continente sud-americano. Obama se ha apresurado a darle la bienvenida. Seguro que las empresas norteamericanas vuelven a babear ante las nuevas perspectivas comerciales. Sin duda, el triunfo es que en Honduras no exista un presidente amigo de Chávez y Evo Morales, calificados por los medios capitalistas como “el eje del mal”.
Y si ese eje del mal ha sido elegido democráticamente en las urnas, se le llama populismo. Se apoyan golpes de Estado militares para derrocar a los gobiernos. Lo que sea con tal de “liberar” a los países. ¿De qué se les libera? Del yugo que para los países occidentales representa el socialismo. Y no hablamos del socialismo impostor del gobierno de Zapatero y compañía (que tampoco se ha atrevido a condenar las elecciones), sino al que pone en jaque el libre comercio, opresor para los países empobrecidos. Quienes se ven perjudicados con presidentes como Chávez o Evo Morales no son otros que los intereses empresariales de las compañías españolas como Repsol o Gas Natural, o incluso de los conglomerados periodísticos como Prisa, con grandes intereses en países como Venezuela o Colombia.
La deuda del mundo con Latinoamérica va en aumento. Obama ha demostrado que el pueblo latinoamericano no puede confiar tampoco en su política para salir del camino errático de las dictaduras militares. La única solución debe venir –perdido el apoyo internacional- del pueblo. Revolución o inanición. Esa es la consigna que deberá emprender la ciudadanía para conseguir el poder del pueblo y para el pueblo; un poder que es negado constantemente por las urnas.
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