martes, 10 de noviembre de 2009

Los otros muros


Esta semana, el mundo entero ha estado de celebración. El motivo: el vigésimo aniversario de la caída del muro que separaba la sociedad capitalista de la soviética, establecido en Berlín, y derrumbado tal día como ayer, 9 de noviembre de 1989. Una vez derrumbada la barrera arquitectónica, desde los mass media se quiso transmitir la percepción de que una nueva etapa de la historia terminaba. Fukuyama, un aséptico investigador pagado por el gobierno, anunció entonces el fin e las ideologías, y se quedó tan campante. Nos quisieron vender la moto, y muchos se la compraron. Y se quedaron empeñados con el negocio. La pretensión era clara: eliminar toda sombra de oposición al discurso institucionalizado del capitalismo como salvador. Había ganado una guerra eterna y, como reza el dicho, son los ganadores los que escriben la historia. El primer capítulo rezaba esa conclusión: el comunismo ha muerto.

Hoy, el libro se ha completado un poco más y, en cada aniversario se añaden nuevos bulos para magnificar la historia. Y no nos engañemos, todos los amantes de la libertad queríamos que cayera el muro, que se derribaran las fronteras. Una forma de perversión de las ideas marxistas había terminado, por fin. Creyeron en vano, sin embargo, que los países del este iniciarían un camino hacia la luz, sin límites. Cuánto se equivocaban. Desde entonces, las guerras han azotado a un territorio maltratado y olvidado por todos desde el principio de los tiempos. Rusia agoniza, con una sociedad donde gobierna el crimen organizado y la coacción de la libertad de expresión. Yugoslavia, Kosovo, Serbia y un largo etcétera todavía tratan de sobrevivir a unas guerras sangrientas que dejaron atrás miles de muertos y familias descompuestas. En la otra parte, en occidente, poco ha cambiado también. Estados Unidos sigue siendo considerada como la gran potencia –a través de ese repulsivo paternalismo que nos caracteriza-. Muerta la URSS, centró desde la caída del muro su combate contra un nuevo enemigo, para realzar su condición de dios de las naciones: el terrorismo, al que patrocinó primero para luego justificar sus ataques.

Todos hemos sido testigos de la avalancha informativa con motivo de esta celebración. Una típica actitud de los medios de comunicación de masas para desplazar de su agenda settingotros temas mucho más importantes que una sencilla efeméride, alrededor del mundo. Mientras Angela Merkel y compañía hacían el paripé mediático en Berlín, muchos otros muros, decenas, siguen alzados ante la pasividad institucional. Muchos de ellos, resultan irreconocibles para la mayoría de personas. Las barreras están ahí, a veces son más grandes que el propio muro de Berlín, pero el silencio es contundente y conjunto si nos limitamos a contemplar las noticias de los medios convencionales.

Es necesario saber, sin embargo, que mientras se malgasta tinta con una celebración efímera, decenas de inmigrantes mueren cuando tratan de cruzar las barreras que se alzan en Ceuta y Melilla, trazando una frontera mucho más cruel que la que separaba los dos mundos de la guerra fría: la frontera que marca la riqueza o la pobreza. Ese mismo propósito trata de separar México y Estados Unidos: el hambre de Latinoamérica con la prosperidad hipócrita norteamericana. El de Cisjordania, por otra parte, es fruto de una kafkiana historia de xenofobia y mal uso de los Estados: la historia de cómo un país (Israel) surge de la nada y se limita a marcar fronteras con Palestina. Una separación vergonzosa que marca las relaciones entre ambos países, el miedo y el odio hacia los que son diferentes, por el simple hecho de profesar una religión distinta. En el Sáhara ocurre algo parecido: Marruecos deniega su autodeterminación al compás de la represión continua y la condena al olvido perpetuo. En Río de Janeiro, vergonzosa ciudad que acogerá los futuros juegos, una muralla enorme separa igualmente a los ricos de los pobres. Las inconmensurables fortunas de los que más tienen, con sus chalés de lujo de las favelas gobernadas por narcotraficantes despiadados. Por último (aunque hay más), también hay un muro construido por la Unión Europea (esa que tanto se vanagloria de la conquista de libertades y democracias) en Polonia, en su frontera oriental, para cerrar el paso de los ucranianos.

Todos esos muros son en realidad la representación física de una gran barrera mental que nos impide avanzar como seres humanas: es la frontera que separa la solidaridad del egoísmo, la tolerancia del racismo… El muro que marca el capitalismo y que expulsa de él todo aquello que no le conviene, sigue en pie. Mientras él exista, las divisiones desiguales entre personas continuarán vigentes.

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