jueves, 3 de septiembre de 2009

El turismo de la basura

Recomiendo ver Tierra. Un documental sobre cómo el calentamiento global está afectando al planeta, condenándolo a un destino ruinoso, marcado por el deshielo, la extinción de animales y la escasez de agua. Fuera de esa religión en que parece haberse convertido la lucha contra el cambio climático, las bellas imágenes de la naturaleza en su perfecto esplendor hicieron mover muchas cosas en mi mente. Sobre todo, una: me di cuenta de la gran suerte que supone vivir en un pueblo, donde la mano del hombre aún no ha podido quebrantar del todo ese orden natural, se respira el aire puro y pasear no es un acto de cinismo, empañado por el humo de los coches o la contaminación acústica y visual que hay en las ciudades.
Sobre todo ahora, en verano, la gente se suele sentir agradecida con los pueblos pequeños. Anna, por ejemplo, acoge a decenas de visitantes que contribuyen además a las arcas municipales. Ahora bien, muchos de ellos aportan más bien poco. Basta con acercarse a ese inmejorable entorno natural que es el gorgo de la Escalera para comprobar cuán guarro puede llegar a ser ese ser desconocido llamado turista. Como si dijeran: “Sí, os estoy muy agradecido por la tranquilidad que se respira en vuestro pueblo, pero voy a llevaros la mierda –con perdón-“. Eso mismo nos quieren traer también muchos políticos –de signo indistinto- que, mirando hacia otro lado, se han sacado de la manga un vertedero de dimensiones similares a los botellones universitarios. La diferencia es que la basura no se la llevan al día siguiente. Miles de personas nos hemos opuesto, pero entre basura y democracia no hay elección. En Londres ya pagan a los países africanos porque se lleven contenedores repletos de desperdicios. Aquí se repite esa lógica: el culo del mundo –nunca mejor dicho- viene a ser el váter donde evacuan las zonas donde se acumulan las mayores riquezas. El turismo de sol y playa gana al rural y por eso nos comemos la basura de Gandia. Simple.
Pero no todo son desgracias. Teniendo en cuenta lo guarros que son algunos turistas, quizás se instaure en nuestros municipios un nuevo tipo de turismo: el de la basura. Nada como un recorrido por la planta de residuos como para fomentar el desarrollo de nuestras poblaciones, ahogadas también por los escasos ingresos –cada vez menores- que reciben los ayuntamientos. La serranía, nuestro bien más preciado, arrasada por el ansia de producir desperdicios del ser humano, en forma masiva. A tiempo estamos todos de pararlo, sobre todo con el empuje de los más jóvenes, para desmentir aquella frase de Miguel Hernández, que se preguntaba dónde estaba la juventud y respondía: en el ataúd. Salgamos pues de ese ataúd y defendamos la Tierra, tanto del calentamiento global como del enfriamiento de las conciencias, causado por el ansia de dinero fácil que tienen algunos.

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