miércoles, 13 de mayo de 2009

La lenta agonía del periodismo


Una fuerte crisis de incalculables consecuencias parece azotar la estructura vital del periodismo hegemónico; la prensa, como se ha entendido hasta ahora, asociada a los grandes grupos de poder comunicativos y empresariales, tiene los días contados. Al igual que sucede con la publicidad, con la filosofía y con el resto de disciplinas humanísticas y de ciencias sociales, en realidad. Todas ellas parecen afrontar un destino incierto en medio de un presente copado por lo práctico y lo útil, que viene a ser tan sólo la ciencia y la economía.

Algunos se echan las manos a la cabeza. ¿Realmente es para tanto? ¿Encontrara el periodismo nuevas vías para seguir profesionalizado? Los que en su día –como es mi caso, quizás en una decisión no demasiado meditada- decidimos escoger dicha titulación –porque nos apetecía, porque creíamos que aprenderíamos un poco de todo, porque amamos contar historias-, nos encontramos en una situación de congoja kafkiana y hasta cierto punto desesperante. ¿Realmente encontraremos un empleo al terminar la laboriosa licenciatura? ¿Valdrá la pena dejarse cinco años de vida en una carrera sin futuro?

El problema de fondo radica en aquellos que deciden las carreras que tienen futuro y los que no. Como dioses universales, adquieren el poder de determinar las modas cambiantes que rigen a la humanidad, dotándolas de la práctica e importancias necesarias como para triunfar. De repente, estos seres onomásticos dicen que los periódicos ya no son rentables, en plena era de la (sobre)información, cuando más hace falta la labor del periodista para seleccionar la información verdaderamente importante en una época de distorsión comunicativa profunda. Ahora nos dicen que cualquiera puede ser periodista. Claro, como cualquiera puede ser mecánico, carpintero o filósofo. El problema no es de los intrusistas, sino de aquellos que determinan que profesiones se llevan y cuales no en función de su rentabilidad en el mercado.

Miles de periodistas son despedidos a diarios en todo el mundo. La televisión pública es cuestionada y condenada al ostracismo por un cambio de modelo financiero poco comprensible, y que hará que los últimos que paguemos el pato seamos lxs consumidorxs. Mientras sea el mercado el que rija la vida, estaremos atados a las decisiones que otros tomen continuamente por nosotros, porque lo que nosotros decidamos escapará a nuestro control, visto el interés de los dioses de la economía porque erremos, marcándonos un camino del que no podremos renegar por más que queramos. Porque “hay que comer”.

Verdaderamente sería una pena que el periódico desapareciese. Es cierto que existen formas alternativas a los medios de comunicación imperantes, que además no llevan a cabo más que una tarea de uniformización y control desde el poder de los intereses de las empresas que los rigen, pero un periodismo de calidad requiere de periodistas cualificados y profesionalizados, capaces de seleccionar la información adecuada y contextualizarla, y por ello no podemos permitir que las escuelas de periodismo se conviertan en meras papeleras de reciclaje a la espera de un clic mortífero.

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