miércoles, 6 de mayo de 2009

Cultura popular contra la re/o/presión


Cuando se habla en la cultura a nadie le puede entrar en la cabeza que se hable de una de las formas más perfectas de opresión en las nueva sociedades democráticas. Pero lo cierto es que dicha represión existe, y se encuentra encarnada incluso en las formas que pudiéramos pensar más liberadoras. La cultura, en cuyo significado se ha impuesto el de el culto por lo bello y lo estéticamente interesante, desde el punto de vista creativo, ha dejado de ser lo que era en su sentido etimológico –cualquier emanación expresiva proveniente de los ciudadanos y ciudadanas-y ha pasado ha estar hecha y destinada por las clases de más alto nivel intelectual.

En una economía de consumo, opulenta y no de subsistencia, la cultura no podía encontrarse fuera del mercado. Así, ésta pasa a ser comprada y vendida, manipulada como a un autómata. En un sistema capitalista, todo es consumido, realizado para su posterior beneficio, y la cultura no escapa a esa lógica mercantilista que la empobrece. Para conseguir esos fines monetarios, como dice el pensador Theodor Adorno, surgió la industria cultural, presentada como innovación tecnológica para ser atractiva ante los públicos de masas.

El sistema unitario y centralizado consigue mantener el estado perpetuo de las dando a la gente lo que necesita en función de lo que él determina que necesita. Es decir, si continuamente se renueva tecnológicamente no es en aras a un avance significativo de la vida social, sino más bien por un interés comercial básico y tangible. El nuevo televisor, la TDT, el móvil… todo responden a intereses empresariales de la industria cultural para renovar sus productos y conseguir mantener el consumo. Por otro lado, las necesidades sociales que no recoge el sistema porque no encajan en su lógica, son condenadas al más estricto ostracismo. La industria cultural sí que las presenta como necesidad, a pesar de que sólo responden a los intereses empresariales.

Las principales críticas a este modelo de vida subyugado del ser humano han venido de la Escuela de Frankfut, un conglomerado de pensadores fundadores de la Teoría Crítica, cuyas ideas se han contrapuesto a las de la Escuela de Chicago, principalmente criticada por sus estudios interesados en función a las instituciones y el orden establecido. Ese orden opresor, en el que el ser humano vive cerrado sobre sí mismo, sometido a tantas presiones y estrechando al máximo su margen de maniobra, es el que Marcuse crítica por generar una especie de hombre unidimensional. Para él, el sistema no es simplemente opresor, sino sobrerepresor, capaz de controlar las formas de pensar, sentir o imaginar. A través de la industria cultural, el poder ha canalizado no sólo espacios físicos, sino también el territorio de lo que sentimos, el de la intimidad de las personas.

Sin embargo, el principal distanciamiento hacia Marcuse debería provenir de su modo de entender la forma de salir del sistema. Éste piensa que esa forma reside en la cultura estética, a la que hay que acercarse y contemplarla desde arriba, distanciada del mundo real de lo dictatorial. Sin embargo, una visión más sincera y apegada a las tesis del propio autor, nos llevaría a otra conclusión: si lo que queremos es actuar contra las formas de opresión, no podemos intentarlo por la vía de la cultura industrial e institucionalizada, que actúa desde el interior del sistema y se encuentra cómoda en él. La solución, por lo tanto, pasaría por la cultura, pero por abajo: las subculturas, formas todavía más oprimidas y relegadas al olvido por ser críticas. La cultura underground, el punk, lo considerado como

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