Haciendo zapping una vez más entre la multitud de canales públicos de la televisión española (siete para ser exactos), me topo con tele cinco y su ya mítico Gran Hermano, del que no logro evitar caer atrapado en sus redes. La feroz fuerza visual causada por la presentadora, desmontando hasta a la chica con más personalidad del programa, causa en mí un estado de perplejidad incesante y de querer saber más. Me acomodo en mi sofá, con los ojos bien abiertos y, sin parpadear ni un segundo, fijo mi mirada en la televisión. En ese momento, la presentadora devuelve la conexión a la casa, donde los concursantes esperan más nerviosos que Marco el día que se reencontró con su madre. Uno de ellos será expulsado. La presentadora colabora a intensificar unos nervios que todos exageran hasta el límite para resultar simpáticos a los demás. Pero en realidad, en su interior, piensan: “Como salga yo antes que el capullo este lo espero en la puerta y lo apaleo. Seguro que me ha nominado.” Y es que, señores y señoras, así es la vida real. ¿O no? Al menos, así nos venden un programa en el que no dudan en incluir transexuales, stripers, drogadictos, malcriados… porque lo interesante, lo que gusta al espectador es la realidad en su estado más puro y perverso. La pregunta es: si tanto nos gusta la realidad, ¿por qué no salimos a la calle, en lugar de pasarnos horas y horas viendo la tele? Porque nos ven. En realidad, todos somos tan morbosos como Jaime Cantizano y compañía, lo que pasa es que unos intentamos evitarlo a toda costa. No podemos evitar ese voyeurismo que supone ver a personas interactuando y, si se pelean, mejor. Todos somos Norman Bates en Psicosis o James Stewart en La ventana indiscreta, aunque nos neguemos a asumirlo debido a nuestro intento de comportarnos como personas civilizadas.
De todas formas, y volviendo al
No hay comentarios:
Publicar un comentario