lunes, 21 de enero de 2008

Todos somos Norman Bates

Haciendo zapping una vez más entre la multitud de canales públicos de la televisión española (siete para ser exactos), me topo con tele cinco y su ya mítico Gran Hermano, del que no logro evitar caer atrapado en sus redes. La feroz fuerza visual causada por la presentadora, desmontando hasta a la chica con más personalidad del programa, causa en mí un estado de perplejidad incesante y de querer saber más. Me acomodo en mi sofá, con los ojos bien abiertos y, sin parpadear ni un segundo, fijo mi mirada en la televisión. En ese momento, la presentadora devuelve la conexión a la casa, donde los concursantes esperan más nerviosos que Marco el día que se reencontró con su madre. Uno de ellos será expulsado. La presentadora colabora a intensificar unos nervios que todos exageran hasta el límite para resultar simpáticos a los demás. Pero en realidad, en su interior, piensan: “Como salga yo antes que el capullo este lo espero en la puerta y lo apaleo. Seguro que me ha nominado.” Y es que, señores y señoras, así es la vida real. ¿O no? Al menos, así nos venden un programa en el que no dudan en incluir transexuales, stripers, drogadictos, malcriados… porque lo interesante, lo que gusta al espectador es la realidad en su estado más puro y perverso. La pregunta es: si tanto nos gusta la realidad, ¿por qué no salimos a la calle, en lugar de pasarnos horas y horas viendo la tele? Porque nos ven. En realidad, todos somos tan morbosos como Jaime Cantizano y compañía, lo que pasa es que unos intentamos evitarlo a toda costa. No podemos evitar ese voyeurismo que supone ver a personas interactuando y, si se pelean, mejor. Todos somos Norman Bates en Psicosis o James Stewart en La ventana indiscreta, aunque nos neguemos a asumirlo debido a nuestro intento de comportarnos como personas civilizadas.

De todas formas, y volviendo al asunto Gran Hermano, no creo que este programilla represente a la sociedad española. O al menos eso espero. Desde luego, no veo muchas diferencias entre las relaciones de estos personajes públicos con las que llevan algunos políticos entre sí. En ocasiones, no logro diferenciar la casa de Gran Hermano del Parlamento español. Gritos, tirones de pelo, desconsenso general, tiras y aflojas e hipócritas, sobre todo hipócritas. Tanto unos como otros no dudan en adoptar estrategias (ya sean feroces como la de Rajoy o pasivas y a la defensiva como Zapatero). Mercedes Milá es la juez en lo que parece una casa en desunión, con diferentes bandos, en los que cada uno prefiere hacer la guerra por su cuenta. Todos, con nuestros votos, contribuimos a favorecer a uno u a otros. Así es la democracia.

¿Se puede decir también que la sociedad española es una sociedad del Gran Hermano? Es posible que sí, entre otras cosas porque, como ha llegado a mis oídos, somos el país en el cual más temporadas de este insulso programa se han celebrado. Quizás sea por la cantidad de jóvenes que no desean independizarse (ni hacer nada, básicamente). Sus padres se cansan de ellos y les dicen: “¿Por qué no te apuntas a Gran Hermano, te perdemos de vista y además te ganas unos euros?” También es posible que a ello contribuya el precio de la vivienda, de los alimentos, etc. ¿O es que acaso nos da más morbo tener esa sensación de ser mirado a la de mirar?


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