jueves, 2 de diciembre de 2010

Matar al mensajero


Era previsible. La orden de captura que Estados Unidos ha lanzado sobre Julian Assange, fundador de Wikileaks y principal instigador de las filtraciones que están azotando a las instituciones gubernamentales de medio mundo, deja de nuevo en evidencia el tinte autoritario que se esconden tras las políticas internacionales. La consigna dictada por la Interpol es clara: hay que matar al mensajero. Sea como sea. Si es preciso inventar mil mentiras sobre él, se hará, véase la acusación que recae sobre Assange de violación, hecho constantemente desmentido por el activista.

Hoy los noticiarios cuestionaban si este señor es o no es realmente periodista. Confundidos por una acción que no esconde intereses económicos, los profesionales de la información no han sabido muy bien como afrontar este tema. Las que no se entienden son las opiniones de periodistas que cuestionan la legitimidad de la acción de Assange. En realidad, con esa condena sólo pueden esconder una cosa: envidia. La envidia hacia alguien que realmente ha hecho la mayor revelación de la historia del periodismo. Creo que la verdad se halla en esa frase que resume la esencia del “periodismo” : “aquello que alguien en algún lugar está tratando de esconder”.

Assange ha aplicado la máxima a rajatabla. Se ha olvidado de los intereses y los servilismo en los que reinciden diariamente los periodistas “profesionalizados” para ocultar verdades de interés público. Quizás Assange no tenga el título de periodista, pero ni mucho menos lo exime de serlo. Y no sólo eso, sino que su obra constituye toda una bofetada en la cara de aquellos que se hallan aletargados en su profesión, alejados de las tribulaciones existenciales del planeta, de defender los derechos humanos y la verdad; objetivos que ningún periodista puede eludir.

“El señor Assange no es periodista, es anarquista”. Quizás en esa frase, pronunciada por un alto cargo norteamericano, se halle la clave. Quizás hoy los periodistas deban ser anarquistas, revolucionarios dispuestos a salirse de los márgenes de un Estado opaco y opresor en cuanto falta a su obligación de transparencia para con la ciudadanía. Deberíamos tomar ejemplo del activista, de su fundación, que anuncia ahora nuevas revelaciones sobre bancos y grandes empresas, otros entes monstruosos que se han convertido en expertos de la especulación y la ocultación de información pública. Será encarcelado, insinúan incluso que puede ser asesinado, su portal ya ha sido clausurado en varias ocasiones, pero lo que nunca podrán robarnos es el derecho a pedir saber más, conocer lo que se amaga tras la aparente fachada de nuestros gobiernos. Si algo le sucediera, sólo una gran contestación ciudadana haría honor a lo que Assange ha hecho por la ciudadanía en virtud a una máxima ineludible: la dignidad.

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